La entrevista de Jesús Quintero a Teofila Martínez (Ratones Coloraos, Canal Sur) resultó elegante y entretenida. La chicuca y el colinero son personajes cultos que dialogaron sobre esa Cádiz chirigotera que es capital del alma española, tanto que conforma sus universalidades. Entrambos, repasaron algunas personalidades que anduvieron por Cádiz antes y después de "La Pepa", que hoy cumple otro aniversario. Desde Hadyn a Byron, y citaron la Santa Cueva sin mencionar a Goya. Puede que fuera un olvido involuntario, pero la indiferencia andaluza con Goya sería penada en Inglaterra si aconteciera con Shakespeare, en Italia con Leonardo o en Alemania con Goethe. Entre nosotros también ocurre con Cervantes. El aragonés parece el más importante de los pintores andaluces, aunque quizás sea más preciso afirmar que es el más influido por su residencia en Andalucía. En el sentido en el que Castilla del Pino define la actualidad en La incomunicación, ningún otro artista puede comparársele como generador de noticias. Estas afirmaciones las avala una investigación de cuatro años y uno más dedicado a sacar adelante un proyecto que tendría repercusiones desde Australia a Estados Unidos. En algún cajón duerme un sueño injusto porque la prioridad es que Andalucía continúe conociéndose por diversas verdulerías.
Sin embargo, Goya es tan rentable que algunos turistas norteamericanos acuden a Aranda de Duero para visitar el lugar donde pintó un cuadro que se encuentra en Italia. Su producción andaluza es importante por la cantidad, pero más aún por la repercusión que sus estancias en Cádiz y Sanlúcar de Barrameda tuvieron en la evolución de su pintura, aquella que le otorga la genialidad universal. Goya, que también anduvo en Sevilla y probablemente en Córdoba, figura igualmente en la nómina de los Ilustrados que originan la Constitución de 1812 y, por tanto, no debe apartarse de la conmemoración del bicentenario. Un evento al que conviene integrar Londres por razones de otra película que se escapa de los tópicos difundidos por esos escritores románticos a los que Salvador Compán desmitifica en su última y magnífica obra.
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