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Gravemente peligrosa

Los recuerdos que traigo en estas líneas a mi memoria se centran sobre todo en los años sesenta del siglo pasado. "El Correo de Andalucía" de Sevilla formaba parte de la vida de la mayoría de las familias sevillanas.

el 15 sep 2009 / 23:39 h.

Los recuerdos que traigo en estas líneas a mi memoria se centran sobre todo en los años sesenta del siglo pasado. "El Correo de Andalucía" de Sevilla formaba parte de la vida de la mayoría de las familias sevillanas. Entre mis diez y dieciséis años siempre tuve que acudir, porque resultaba una práctica obligada, a consultar la clasificación moral que el periódico adjudicaba a las películas que queríamos ver. Se trataba de un diario católico propiedad de la Mitra Hispalense en cuya cartelera se incluía la clasificación moral de la cinta. El ranking, debidamente jerarquizado, era el siguiente: (1) autorizada para todos los públicos, incluso niños; (2) autorizada sin más para todas las edades; (3) mayores de 21 años, que era entonces la mayoría de edad; (3-R) para mayores de 21 años, pero con serios reparos morales; y (4) gravemente peligrosa por todo (temática inmoral, violencia o, sobre todo, sexo), reservada tan sólo a personas muy formadas o a las más frivolonas que querían acercarse a la frontera -pues la frontera era- de lo prohibido. Entre las clasificadas dentro del (4) como gravemente peligrosas había películas que hoy podrían ser proyectadas en TV en horario familiar, algunas de ellas auténticos clásicos en la Historia del Cine. Esa clasificación llegaron a tener, por ejemplo, "A pleno sol" (1960) dirigida por René Clément y protagonizada por un trío de lujo integrado por Alain Delon, Maurice Ronet y Marie Laforêt; o la legendaria "Fedra" (1962) del Jules Dassin, en la que intervenían tres mitos del cine: Melina Mercouri, Anthony Perkins y Raf Vallone. Hoy un niño de 14 años probablemente cambiaría de canal al verlas en pantalla de su televisor en busca de emociones más fuertes. Y también con (4), por gravemente peligrosa, fue calificada la película española "Bahía de Palma" (1962) del director Juan Bosch, en la que "trabajaban" -así se decía entonces- ese eterno galán que es Arturo Fernández y la bellísima y despampanante actriz alemana Elke Sommer, que exhibía en pantalla el primer bikini del cine español de la Postguerra. El (4) era, naturalmente, por el bikini. La proyectaban en el cine Pathé y los adolescentes sevillanos se las veían y se las deseaban para intentar que les dejaran entrar en la recordada y ya histórica sala de la calle Cuna.

Era otra época. Y eran también otros los comportamientos y las normas morales de aquella monótona y aburrida vida provinciana de los primeros años sesenta. Hoy sería inconcebible todo lo descrito en un sistema de libertades. Pero yo recuerdo esa época y esas coactivas normas moralizantes con risueña melancolía sencillamente porque fueron vivencias que hoy forman parte de mi propia biografía. Por suerte o por desgracia nadie puede renunciar a su propio pasado. Y también porque nos daba la oportunidad de transgredir esos mismos controles morales impuestos por la autoridad civil y eclesiástica de la época. "Papá -decía yo entonces-, me voy al Palacio Central a ver (lo que fuera)". "¿Has visto -me respondía- la clasificación de "El Correo de Andalucía?" Hoy, los que peinamos canas, recordamos ya todo aquello con una sonrisa.

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