Las sombras de clientes imaginarios en los veladores de la calle Calatrava. / Fotos: C.R. Al comienzo de la calle Calatrava, nada más entrar desde la Barqueta, hay un bar de esquina llamado Antojo que despliega algo más que sus veladores por la acera de enfrente: también coloca junto a ellos, de forma perenne y con pintura, las sombras de su clientela imaginaria. No se sabe si lo hace como una invocación a la suerte o como un guiño al transeúnte, pero esa ficción que reúne al alegre bebedor, a la amiga contrariada o a los amantes incipientes forma parte de la insistente invitación que el caserío del casco antiguo sevillano formula a los paseantes para que se dejen seducir, maravillar, entretener y hasta cultivar por las historias que cuentan las fachadas a quien se toma la molestia de mirarlas. Esa será, tanto esta semana como la próxima, la misión de esta guía extravagante que tiene como cicerone a la experta profesional del turismo Inmaculada Díez. El caracol de la exposición de Chiqui Díaz que se quedó a vivir en Sevilla puede verse en Puente y Pellón esquina con Lineros. Si en entregas anteriores ya se siguió la pista del Medievo por las calles de la antigua judería, con sus mansiones repletas de cruces para que los paisanos no orinasen en ellas y sus piedras de molino dispuestas en hilera para que los roces de los carruajes no desconcharan los muros, el trayecto que Inma sugiere para hoy es notablemente más moderno. De hecho, uno de sus hitos es el caracol de bronce de Chiqui Díaz que decora la esquina de Puente y Pellón con Lineros. Un artista que expuso en Sevilla en 2008 y entre cuyas especialidades destaca la escultura urbana animalista: enormes mariposas de bronce posadas en iglesias, golondrinas del tamaño de una persona, salamanquesas gigantes que se persiguen por los salientes... o este solitario, inmenso y hermafrodita gasterópodo que se quedó a vivir para los restos trepando hacia un farol enfrente de la antigua Vilima. Ya es raro tener un caracol del tamaño de una vaca baboseando una esquina de la ciudad, pero no es ni mucho menos lo más curioso de cuanto decora los muros hispalenses. Inma Díez guía los pasos hacia la Puerta de Carmona, en la esquina de las calles San Esteban y Mosqueta, y allí señala hacia una mancha en lo alto, que resulta ser una bala de cañón incrustada en la pared. Como es propio de Sevilla, para algo tan simple, determinante y poco interpretable como un cañonazo hay al menos dos hipótesis. La más extendida le pone incluso una fecha: 30 de julio de 1874. Ese habría sido el día del impacto. Razón: cuando el rey de diseño Amadeo I (y último, da la sensación) pudo cumplir al fin su sueño de poner pies en polvorosa y dejar a España sin monarquía, los parlamentarios se apresuraron a proclamar la república pero con tales prisas que dejaron para más tarde especificar de qué tipo: si centralista, federal o qué. El asunto apuntaba a que sería federal, pero oliéndose que la cosa podría estar resuelta más o menos para las calendas griegas con el peligro que eso podía tener, los más exaltados montaron una revolución federalista en Levante, Murcia y Andalucía y se empezaron a proclamar cantones, secesiones y minirrepúblicas independientes en pueblos: Andújar, Coria, Jumilla, Tarifa... Llegado el fenómeno a tales extremos, el elemento gubernamental procedió a disolverlo según tiene por costumbre en estos casos: con la artillería. Desde Madrid se organizaron las represiones militares; a Sevilla mandaron al general Pavía, que la emprendió a cañonazos hasta convencer a los insurrectos de que habían emprendido una línea de pensamiento equivocada. De aquel debate habría quedado, según esta explicación, la mencionada bala empotrada en la Puerta de Carmona. En el plano culinario, también están los celebérrimos pavías, que dedicados al expeditivo militar (aunque ya se sabe: hay otras hipótesis) son de bacalao en Madrid y de merluza en Sevilla, según la cara que cada cual quiera verle al laureado y furibundo militar. Pero resulta que hace casi justamente un año, en mayo de 2013, el Archivo General de Andalucía lanzó dentro de su serie El documento del mes (destinado a popularizar el patrimonio documental regional) una pieza que denominó El bombardeo de Sevilla en 1843. Es decir, 31 años antes de la fecha en que Pavía se puso hecho un merluzo. Lo invariable es que también había un general que pretendía corregir algo. Esta vez, se trataba de Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez, o sea Espartero. Era un tipo de esos de quienes suele decirse que están curtidos en mil batallas, con especial predilección por la estopa contra los carlistas en el norte. Tanto se le agradecieron sus servicios y tanto se los agradeció él a sí mismo que acabó convirtiendo en una dictadura asesina su cargo de regente durante la minoría de edad de Isabel II. Reacción del respetable: subirse por las paredes. Según el informe del Archivo General de Andalucía para esa exposición, «En Sevilla, la noche del 11 de junio, un grupo de ciudadanos desarmados vitoreando a la Constitución, a Isabel II y a las libertades fueron masacrados por la caballería». El Ayuntamiento, incapaz de apaciguar los ánimos, declaró a Sevilla en rebeldía contra el gobierno, «el más injusto y opresor», y organizó la defensa de la ciudad contra la diplomacia de la pólvora. Según la citada fuente, se hicieron «obras de fortificación, acopio de armamento y municiones, la creación de dos batallones francos y el aumento de la Milicia Nacional, así como un hospital de campaña en San Telmo, en definitiva, todo lo que podía contribuir a la defensa de la ciudad». El primero en llegar fue el general Van Halen, quien se entretuvo a bombazos contra Sevilla en una fecha del año 1843 que empezaba a hacerse fatídica: el 18 de julio. Enseguida se le unió Espartero con su división, dedicando toda la jornada del día 24 a convertir en escombros, a base de zambombazos, toda la zona este de la ciudad. «Testimonio de estos hechos es la granada incrustada en el muro de la casa situada en la esquina de la calle Mosqueta con San Esteban». Fueron 606 bombas y 900 balas. Tras diversas vicisitudes, Espartero fue declarado traidor y huyó al extranjero, mientras que Sevilla, por su heroica defensa y en nombre de Isabel II, recibió el título de Invicta, representado por una corona de laurel. Y todo esto está inscrito en una pared. Siete días tiene el paisano para descubrir el punto exacto:el próximo lunes, la ruta continúa por otras fachadas.