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Hablemos de crisis, ¿por qué no?

La metáfora consiste en dar a un objeto un nombre que pertenece a algún otro. De este modo la definía Aristóteles cuando investigaba sobre la poética, más en concreto sobre el uso del nombre. La metáfora es, en este sentido, un tipo de nombre, una manera en la que éste se expresa.

el 15 sep 2009 / 07:09 h.

La metáfora consiste en dar a un objeto un nombre que pertenece a algún otro. De este modo la definía Aristóteles cuando investigaba sobre la poética, más en concreto sobre el uso del nombre. La metáfora es, en este sentido, un tipo de nombre, una manera en la que éste se expresa.

Aquella que requiere de la mayor destreza. La que no se aprende de otros. Una genialidad, en definitiva, porque una excelente metáfora -afirmaba el pensador griego- implica una percepción intuitiva de lo semejante y lo desemejante. Consigue embellecer el lenguaje, desarrollar la imaginación o hacer más comprensible pensamientos abstractos. Es una búsqueda de analogías diversas.

En cualquier caso, a decir de los clásicos, se trata de un uso desviado del lenguaje sobre el que es preciso establecer las debidas precauciones. Sobre todo, porque la metáfora evoca más las emociones que la realidad misma. Por ello, nos aperciben de su utilización inapropiada. La metáfora no puede deformar la realidad para ridiculizarla, para manipularla; no puede faltar a la verdad.

La economía es una de las disciplinas que en mayor medida ha usado y abusado de esta figura. Están tan presentes las metáforas en la argumentación económica, que incluso han ayudado a modelar su estructura discursiva. Uno de los términos frecuentemente utilizados, ahora de considerable actualidad, es el de crisis. Vocablo que llega a la economía, como tantos otros, de la mano de la medicina. La crisis (krisis) concierne al curso y solución de la enfermedad.

Indica juicio, sentencia, decisión. Momento crucial en la toma de decisiones. Implica un cambio posible. Krisis, pues, alude ante todo y sobre todo a la incertidumbre. En las crisis vacilan nuestras creencias, las certezas. La crisis no acontece de súbito, no deviene por un golpe de mala fortuna, no es repentina. La dimensión temporal es inherente a la idea misma de crisis. Es el resultado de un proceso encadenado de toma de decisiones, generalmente gestado a lo largo del tiempo. Arrastra consecuencias y éstas tienen responsables.

Actualmente vagamos perdidos en un tecnicismo fútil que no conduce a ninguna parte. ¿Hay crisis? La percepción es ésa. Y esto es lo importante. ¿Por qué ocultarlo? La confianza no se alcanza sobre la vía de negar los hechos. Es necesario tomar decisiones. Se han indicado algunas. "Reduciremos al 30% la oferta pública de empleo para 2009?

El Gobierno, lo digo ya desde este momento, tampoco adoptará medidas de ningún tipo que contradigan las leyes esenciales del mercado" (La Moncloa dixit). Más de lo mismo: garantizar que los beneficios sean privatizados y socializadas las pérdidas. Vivimos con sorpresa y estupor cómo en Italia triunfa Il Cavaliere.

La crisis, el descrédito (perdón), institucional y el distanciamiento de un sector importante de la población de todo lo que huela a política extienden la alfombra roja para que individuos como éste hagan su paseo triunfal sobre ella. No es una cuestión de semántica, sino de sentido de la responsabilidad. Hablemos de crisis, ¿por qué no?

Doctor en Economía

acore@us.es

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