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Cultura

Hermanamiento musical en el Hotel Triana

Tras conocer la desgraciada pérdida de Mario Maya no tenemos más remedio que comenzar esta critica reconociendo que, sin él, probablemente el baile flamenco nunca hubiera podido llegar a ofrecer un espectáculo como el que nos presentó el pasado viernes Juan de Juan.

el 15 sep 2009 / 15:53 h.

Tras conocer la desgraciada pérdida de Mario Maya no tenemos más remedio que comenzar esta critica reconociendo que, sin él, probablemente el baile flamenco nunca hubiera podido llegar a ofrecer un espectáculo como el que nos presentó el pasado viernes Juan de Juan, una singular propuesta que nos permitió disfrutar al alimón de dos universos musicales diferentes, aunque en principio compatibles: flamenco y jazz.

Mucho se ha hablado sobre la similitud de estas dos formas musicales pero, en realidad, el flamenco y el jazz sólo tienen en común su raíz popular y, por desgracia, en más de una ocasión su fusión ha desembocado en un flamenco instrumentalizado en el que el cante se acaba perdiendo. Quizás por eso Juan de Juan y Daniel Méndez, en su encuentro con el jazz latino de Jerry Gónzalez, más que una suerte de fusión se han propuesto llegar a un hermanamiento entre el compás y el ritmo afrocubano.

No obstante, el espectáculo comienza con una seguiriya de introducción jazzística que renuncia al desgarro propio de este estilo. En ella el cante sólo sirve de adorno y el baile resulta un tanto efectista y recargado. Si embargo a partir de ahí y hasta la rumba final -para la que Juan de Juan compone un baile tan fresco como inusual que sorprendió felizmente al público- Jerry y su equipo se lucen sólo entre pieza y pieza de baile y, en más de una ocasión, se pliegan ante el toque de Méndez que nos demuestra que, en esto de la guitarra flamenca, Morón sigue estando en primera línea.

Juan de Juan por su parte también se propone salvaguardar el compás de cal de su tierra y elige para ello continuar con un baile por bulerías con el que demuestra un auténtico dominio del compás aunque, por desgracia, esta pieza, siempre al borde del desequilibrio en los remates, resulta un tanto efectista y recargada y abusa de una gestualidad demasiado teatral, sobre todo en el movimiento de brazos que, desde luego, no es el punto fuerte de este bailaor.

Pero de sabios es rectificar dice el refrán, y Juan de Juan demostró sabiduría cuando, tras dejarnos disfrutar del alarde de virtuosismo de la armónica de Alain Pérez, supo cambiar de tercio para brindarnos unas soleares trianeras tan hondas como emotivas. Entonces el bailaor moronense nos demostró que el baile es, fundamentalmente, una comunicación interior y que el cuerpo es a la vez fuente y vehículo de expresión que, en el caso del flamenco se completa con el cante. Así, bajo la carga de profundidad y brillantez que Rafael de Utrera imprimió a las soleares, Juan de Juan supo llevar el corazón a sus pies para dejarlos volar con un ritmo tan endiablado como cabal.

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