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Hipocondría nacionalista

El periódico La Vanguardia publicó el sábado pasado un amplio reportaje, con el sugerente título Cataluña en el diván. En él se describía la enorme cantidad de estudios, sondeos, encuestas, indicadores y análisis, encargados por el Gobierno autonómico sobre la realidad de Cataluña.

el 15 sep 2009 / 11:56 h.

El periódico La Vanguardia publicó el sábado pasado un amplio reportaje, con el sugerente título Cataluña en el diván. En él se describía la enorme cantidad de estudios, sondeos, encuestas, indicadores y análisis, encargados por el Gobierno autonómico sobre la realidad de Cataluña. La Generalitat tiene previsto elaborar este año más de 300 indicadores generales, encargará más de 18 sondeos, recurrirá a bancos de datos españoles y europeos. Pretende cruzar toda esta información con los trabajos demoscópicos que también van a contratar numerosos ayuntamientos, diputaciones y organismos supramunicipales de esa comunidad autónoma. Trabajos que se unirán a otras encuestas sectoriales sobre salud, educación, desarrollo tecnológico, seguridad ciudadana, economía e investigación científica. Según el autor del reportaje, Cataluña "se indaga más que nadie, con el riesgo de obtener un mal resultado". "El catalán perplejo -de acuerdo con la última exitosa definición de la hipocondría colectiva- es un tipo deprimido, pero sobradamente documentado". Una avalancha de estudios demoscópicos que invitan al autor de este reportaje, con bastante sensatez, a preguntarse si todo este exceso de hambre informativa puede aumentar objetivamente la hipocondría catalana, una cierta neurosis colectiva.

Una reflexión valiente sobre un sentimiento de saturación de esa ansiedad territorial que parece dominar el debate político nacional. Un cansancio sobre cuestiones que empiezan a parecer tan artificiales como insustanciales, a la vista de los graves problemas que ahora se ciernen sobre la sociedad española. Planteamientos como el plan Ibarretexe, ese despropósito inconstitucional, o una tensión excesiva sobre el modelo de financiación de las administraciones autonómicas, pueden percibirse ahora como algo más preocupante que simples episodios del juego político, pueden entenderse como distracciones imperdonables de las prioridades.

Estamos ante el riesgo de un exceso de introspección intelectual, centrado sobre ideas como identidad o territorio. Pero, sobre todo, ante un cansancio cívico sobre esa sensación de nación esquizofrénica, con diferentes identidades institucionales superpuestas, en el peor de los casos escindidas.

Esa ficción política, ya instalada en el lenguaje colectivo, que desmiente el carácter único del Estado, con una sensación de guerra contra nosotros mismos. Alimentada, por algunos, con un sentido de excepción, de diferencia. Con cierto aire de misión bíblica de pueblo elegido, a menudo dominados por un empeño de conquista ideológica con ideas premodernas. Con el desprecio a un sereno debate democrático sin prejuicios territoriales, propio de un culto ridículo a un ídolo en forma de administración pública, sea centralizada o descentralizada. Es un verdadero acierto el artículo de La Vanguardia. Nos recuerda que en política también se puede padecer de hipocondría. Y como todos sabemos, la mayoría de los hipocondríacos gozan a menudo de una mala salud de hierro.

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