Cultura

Ignacio Sánchez Mejías, un torero en los convulsos años 20

Una amplia muestra en el Casino de la Exposición recuerda la figura de este hombre seductor, culto y polifacético.

el 16 dic 2009 / 21:39 h.

Ignacio Sánchez Mejías, vestido de luces.

El polifacético diestro nos lleva de la mano en un viaje por los apasionantes años 20, esa Edad de Plata taurina y cultural en la que, tal y como recalca Antonio Fernández Torres -comisario de la muestra- Ignacio Sánchez Mejías "siempre está detrás de todas las cosas". Ese viaje ya es posible desde ayer. El estudio cultural sevillano Puerta de Tannhauser, en colaboración con el Centro de Estudios Andaluces, ha puesto la rúbrica a dos largos años de trabajo y recopilación de datos inaugurando esta exposición que encuentra en la suntuosidad y el lujo decadente del Casino de la Exposición -premonitorio del fin de toda una época- su marco más natural, el espacio en el que el torero sevillano se movería como pez en el agua.

Si Sánchez Mejías es el introductor de todos los ámbitos culturales, históricos, sociales, políticos y taurinos que rescata la muestra, los convulsos y apasionantes años 20 se erigen en el teatro de operaciones donde se mueve esta figura llena de aristas que murió hace 75 años después de ser corneado por el toro Granadino en el coso manchego de Manzanares. Lorca, con su inmortal Llanto se encargaría de convertirlo después en una leyenda sin tiempo que ha trascendido de este rico personaje que nos adentra en todos los resortes que van jalonando la década. Precisamente, el propio Ignacio Sánchez Mejías fue el anfritión de los jóvenes poetas reunidos en 1927 en su casa de Pino Montano para tomar conciencia generacional bajo su mecenazgo.

Esa irrepetible Edad de Plata de la cultura española es uno de los principales bloques temáticos de un montaje expositivo en el que también se disecciona el momento histórico -los años 20- y por supuesto la condición torera de su protagonista. Aspirante y maletilla trotamundos primero; banderillero corajudo después y diestro de fama por fin, Ignacio Sánchez Mejías navega entre la Edad de Oro del toreo que se cierra en 1920 con la trágica muerte de su cuñado Joselito El Gallo en Talavera de la Reina y la castigada Edad de Plata -cuajada de estilistas de variada personalidad- que arroja el balance más sobrecogedor de toreros muertos en el ruedo de toda la historia del toreo moderno.

Tal y como señalaba ayer Antonio Fernández Torres, comisario de la muestra, los recuerdos y el rico archivo fotográfico de la familia Ruiz de Alda-Sánchez Mejías han sido fundamentales para acercarse al conocimiento de esta figura fundamental del siglo XX sevillano, "del que algunos sólo conocían su condición de torero por tener una calle en la Feria de Abril". Pero, Ignacio fue mucho más: novelista, dramaturgo, cronista de sus propias tardes de toros, presidente del Betis, aviador o aventurero, un hombre interesado en la aviación o el automovilismo, que se bebió la vida a grandes sorbos y "fue capaz de estar por delante de su época", según apreció Demetrio Pérez, director del Centro de Estudios Andaluces, en la presentación de esta exposición que estuvo presidida por Maribel Montaño en su calidad de delegada de Cultura del Ayuntamiento de Sevilla. Montaño aludió al "descubrimiento de la cara más desconocida de un matador de toros que ha parado los relojes del Casino de la Exposición a las cinco en punto de la tarde".

Su muerte lo convirtió en leyenda

El Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca puso tintes de leyenda al trágico fin de este diestro atípico que sucumbió después de ser corneado por Granadino, de la ganadería de Ayala, en la plaza manchega de Manzanares cuando iniciaba la faena sentado en el estribo. Sánchez Mejías rehusó ser atendido en la modesta enfermería de aquel coso pueblerino y emprendió un angustioso traslado en automóvil hasta Madrid. Se declaró la temida gangrena y terminó de hacer el resto.

Ignacio fallecía al día siguiente de la cornada, el 13 de agosto de 1934, hace algo más de 75 años. Como en otras cogidas mortales, Ignacio había acudido a Manzanares por la vía de la sustitución, ocupando el puesto de Domingo Ortega que era el que figuraba en los carteles.

Era una tarde más, perdida en el verano de los toreros, de una reaparición tardía del diestro sevillano, que volvía a los toros con más de cuarenta años cumplidos después de una vida intensa en la que tocó todos los palos. Como tantos coletudos de la llamada Edad de Plata que siguió al imperio de Joselito y Belmonte, Sánchez Mejías dejó la vida en las astas de un toro. Catorce años antes había sido testigo de la muerte de su cuñado Joselito en Talavera. Era el comienzo de otra época.

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