La incorporación de la mujer a la vida activa de las hermandades es un fenómeno tan natural como imparable. La fe no tiene sexo y las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres en los distintos ámbitos de la sociedad, también en las cofradías, como ya dejó claro el Arzobispado de Sevilla en el exhorto que el cardenal, carlos Amigo valejo, envió a los hermanos mayores con motivo de la polémica sobre la incorporación de las mujeres nazarenas. Entonces, el prelado actuó con inteligencia y tacto al evitar imponer a las corporaciones la presencia de nazarenas para no limitar la soberanía de las cofradías en la toma de decisiones, pero dando argumentos suficientemente contundentes como para que a día de hoy se puedan contar con los dedos de la mano las que aún no admiten a mujeres con antifaz en sus desfiles procesionales. En el caso de las mujeres costaleras, debería actuarse del mismo modo siempre que se produzca una petición formal a Palacio de las hermanas que soliciten hacer su estación de penitencia como costaleras, como ha ocurrido recientemente en Córdoba con la aprobación del obispo. Se da la circunstancia, además, de que ya se ha formado una cuadrilla de mujeres en Sevilla que ha sacado pasos en Córdoba, La Rinconada y la propia capital hispalense con el paso del Niño Jesús de Praga. Dicho esto, es justo reconocer que la Junta de Gobierno de Monte-Sión actuó correctamente al censurar a su capataz al no haber informado de la inclusión en el ensayo de dos costaleras, ya que el seguro suscrito por las hermandades no hubiera cubierto cualquier incidente que sufrieran. El problema en Monte-Sión ha sido estrictamente de formas, no respetadas por el capataz. Las cofradías deberán afrontar ahora la cuestión de fondo, contando con la opinión de la Iglesia y el Consejo y, sobre todo con un principio básico: la igualdad de derechos.