Cultura

Impecable entramado formal

En 'Vader', todo gira en torno a los últimos días de un anciano que escapa de la realidad dando rienda suelta a su imaginación, una especie de Quijote que tambalea la cotidianidad del asilo donde vive.

el 15 nov 2014 / 17:17 h.

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Vader **** Lugar: Teatro Central, 14 de noviembre. Compañía: Peeping Tom. Puesta en escena: Franck Chartier. Dramaturgia: Gabriela Carrizo. Creación e interpretación: Leo De Beul, Tamara Gvozdenovic, Hun-Mok Junk, Simón Versnel, María Carolina Vieira, Yi-Chun Liu, Brandon Lagaert, Pascual Garrido, Emilio Sánchez, Teresa Borrás, Clemente Costa, Victoria Martínez, Teresa Borrás, Esperanza García, Josefa Escudero, Cristina Rueda, Rocío Villalobos, Rosa García.   A lo largo de su trayectoria Peeping Tom ha conformado un estilo propio que se distingue por situarse entre la danza contemporánea y el teatro físico, recreando puestas en escena hiperrealistas que tienen una función narrativa. Con esta propuesta, sin embargo, lo narrativo se dispersa bastante. Como en sus otras obras, la dramaturgia se resuelve como una suerte de fusión del espacio escénico con la danza y los textos, delimitando una estructura fragmentaria, una serie de piezas sueltas que acaban formando un todo gracias a su contenido narrativo. Pero aquí los fragmentos no acaban de encajar. El tema gira en torno a los últimos días de un anciano que escapa de la realidad dando rienda suelta a su imaginación, una especie de Quijote que tambalea la cotidianidad del asilo donde vive. Eso es lo que nos dice la sinopsis, pero lo que vemos es a un personaje abandonado a su suerte en una institución donde la identidad individual se desintegra, por mucho que intente defenderla. En ese sentido cabe destacar la brillante interpretación de Leo de Beul, así como el tratamiento humorístico de su personaje. Pero el símbolo del asilo como lugar de abandono y soledad, donde los ancianos no hacen otra cosa más que esperar la muerte, por fortuna ha quedado muy atrás. Por otra parte el empeño de la dramaturgia de mezclar la figura del hijo con la del padre confunde y dispersa las emociones que el relato pretende transmitir. Al igual que la danza, que aunque repleta de impresionantes pasos y figuras que se quedaran para siempre en nuestra retina, no acaba de fundirse con la historia. Aun así la obra está llena de destellos sublimes, gracias a la capa de humor absurdo que envuelve las acciones, la magnífica actuación de todo el reparto y un impecable entramado formal que delimita un espacio que es a la vez real e imaginario. La escenografía reproduce la imagen terrorífica del asilo que se aloja en nuestro imaginario colectivo; la música, interpretada en directo por los personajes, separa el mundo real y el soñado con un gran poder de evocación, y la iluminación completa la atmósfera neutral del espacio escénico imprimiéndole un halo de agresividad que nos crispa.

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