¿Inaudito? No. Es Rajoy

Rajoy hace lo que no dice y la oposición dice lo que no hace. Un Gobierno de rectificaciones. ¿Y el copago cura el pesimismo?

el 09 abr 2012 / 20:19 h.

Pues sí. Esta España está condenada y condenados sus españoles. Nuestros políticos siguen jugando a la política -que no haciendo política- mientras que se generaliza hacia nuestro país una gran desconfianza tanto exterior -encarnada ahora por Nicolas Sarkozy, el marido de Carla Bruni- como interior, siendo ésta incluso peor que aquélla, a ver quién levanta la economía nacional arrastrando como arrastramos alforjas repletas de pesimismo. Escuchando a unos y a otros, no sin mediar vergüenza ajena, me miro en el espejo que semanas atrás me regalara Juan Roig, presidente de Mercadona, y me pregunto qué más puede hacer uno por la causa, qué causa, la de salir de esta crisis. Y el careto reflejado frunce el ceño, se mueve de lado a lado y tan sólo responde, Juan, qué mal está la cosa.

No es para menos. La polémica desatada ayer por Luis de Guindos cuando habló del copago sanitario -señor ministro de Economía y Competitividad, usted podrá llamarle paraguas a su bolígrafo, pero seguirá siendo un bolígrafo, así que, por mucho eufemismo que busque, por copago nosotros entenderemos lo que usted denomina progresividad- es un clarísimo reflejo de una España completamente desquiciada. Por un lado, un Gobierno de Mariano Rajoy que acude a la prensa alemana para decir aquello que aquí -donde debería- no se atreve a decir y que rectifica sus propios Presupuestos apenas una semana después de aprobarlos. Por el otro, una oposición de izquierdas que, excesivamente crecida y agitada tras la derrota del PP en Andalucía, nos adentra en cuatro años de permanente campaña electoral, como si este país estuviera para tanta disputa.

Empecemos por esta última y su ya manido eslogan de las líneas rojas. ¿Quién ha dicho que no se puede hablar de qué? Si algo hemos aprendido de esta crisis económica, señores, es la necesidad de debatir de todo, absolutamente de todo, porque todo está en revisión. Desde la sanidad hasta la educación pasando por la legislación sobre el mercado de trabajo, los impuestos, el dinero otorgado a la Iglesia y, si me apuran, hasta la mismísima Monarquía. Insisto. De todo. El debate en sí ni puede ocultarse ni escandalizar porque para escandalosas ahí quedan ya la coyuntura y la elevadísima tasa de paro que tenemos encima. No me vale el decir de esto no hablamos. No. Las líneas rojas no son las reformas, sino cómo se afrontan y a quiénes realmente afectan, y es aquí donde rastreamos la labor del Ejecutivo.

Si no fuera por la seriedad que entraña el tema, daría hasta risa el intento del Gobierno y del Partido Popular por aplacar ayer la polémica desencadenada por De Guindos, que al fin y al cabo no hacía sino revelar la opinión del propio Ejecutivo -al que, por cierto, pertenece- y de varios presidentes y presidentas de comunidades autónomas por el PP regidas. Si el ministro de Economía quería hacer reflexiones personales, expresión utilizada por quienes salieron a rectificarle, que las hubiera hecho sobre la corrida de toros en la Maestranza de Sevilla y la oreja que cortó Manzanares, pero no sobre economía ni sobre una cuestión tan sumamente delicada como es el copago sanitario. Y no. No coló esa estratagema de la progresividad ni tampoco ese guiño populista de que serán las rentas más altas las que asumirán la adicional carga, puesto que, si así fuera, tan ridícula sería la recaudación como ridícula es también la procedente del recargo impositivo que algunas autonomías, entre ellas la andaluza, fijaron para los ricos.

¿Solución salomónica de Moncloa? Un anuncio tapadera y tardío, a través de un simple comunicado de prensa, de un recortazo adicional para sanidad y educación, con el que se rectifica el Presupuesto del Estado concebido hace apenas dos semanas. ¿Inaudito? No. Es Rajoy y ya nos tiene acostumbrados. Curados de espanto.

Partiendo del hecho de que la sanidad tiene un problema presupuestario, la cuestión sería sentarse y analizar cómo mejorar su gestión, cómo ahorrar y cómo ser más eficientes para que, en su conjunto, siga siendo universal y, en su conjunto, gratuita y no nos carguemos una prestación envidiada en el resto del mundo. Lo malo es que este Gobierno demuestra una y otra vez su nula voluntad de sentarse para consensuar unas reformas económicas que, con el aplauso de una mayoría más holgada que la suya propia, generarían mayor confianza en el exterior y en el interior, mientras que la oposición persiste en no querer darse cuenta de qué nos jugamos. Unos por otros y la casa por barrer. Mañana me volveré a mirar en el espejo. A ver con qué careto me encuentro.

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