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Incapacitado para escribir mal

El escritor jerezano, consagrado con el premio Cervantes, recibirá el galardón este martes en la Universidad de Alcalá de Henares

el 21 abr 2013 / 19:13 h.

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Se jactaba Caballero Bonald en una entrevista de no estar capacitado para escribir mal, frase que hizo fortuna hasta tal punto que una y otra vez fue citada por propios y extraños, y hasta aquí ha llegado para encabezar la perfilatura de José Manuel Caballero Bonald, flamante premio Cervantes, y evitarnos así el facilón arranque que habíamos concebido inicialmente, en plan “en un lugar entre Jerez y Sanlúcar, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho que nació un escritor de los de pluma en candelero, compás probado y palmarés abrumador”, lo cual hubiera sido muy poco del gusto del homenajeado, quien detesta los jueguecitos de palabras, y a la postre insostenible hasta el final, de modo que mejor empezamos con algunos datos básicos, del tipo nacido en Jerez de la Frontera un 11 de noviembre de 1926, de padres cubanos y familia dormilona vocacional, de esa que se metía un buen día en la cama y ya no salía más que para lo imprescindible, formado en Filosofía y Letras en Sevilla y en Náutica y Astronomía en Cádiz, pero perfilatura-bonaldllamado para ser escritor desde muy temprana edad, y dado a conocer primero en la órbita del grupo gaditano Platero, a la sombra del omnipresente José María Pemán, y más tarde por sus amistosas aproximaciones con los cordobeses de Cántico, y así, llenando papeleras de poemas malogrados y pasando a limpio los que valían la pena, obtiene en 1952 un accésit del todavía prestigioso premio Adonais por sus libro Las adivinaciones,   hasta que el corazón y la vida tiran de él hacia Iberoamérica y se instala en Colombia, concretamente en Bogotá, donde funge como profesor universitario al tiempo que ultima su ópera prima como narrador, Dos días de septiembre, sin sospechar que sería ésta su consagración como prosista de la mano del todavía prestigioso, si se permite la reiteración, premio Biblioteca Breve, un momento que sin duda sería crucial en su vida al concebir allí el primer hijo con su compañera de siempre, Pepa Ramís, mujer de belleza y carácter admirables que nadaba, dicen, mejor que una sirena, y que le acompañó surcando de vuelta el Atlántico hasta Mallorca, para hacerse Pepe estrecho colaborador de ese gran escritor y hombre difícil que fue Camilo José Cela, y para buscarse también un pequeño gran disgusto al enredarse en amores el gaditano con la mujer del autor de La colmena, Rosario Conde, incidente al que muchos atribuyen el hecho de que Caballero Bonald fuera una y otra vez excluido de la Real Academia de la Lengua, concurriendo en él tantos méritos para ingresar en la Docta Casa, pero ya se sabe que en esto de los libros unas veces cae el látigo y otras los laureles, siendo lo importante seguir adelante, labrarse un camino propio como lo hizo Caballero Bonald, destacado miembro de la Generación poética del 50, también llamada Cosecha del 50 por su conocida afición a los alcoholes y su rojerío más o menos militante, eso sí, teniendo el buen ojo y la mejor suerte de entrar en la foto de aquel homenaje a don Antonio Machado en Colliure, allá por 1959, que estableció una suerte de grupo VIP dentro de esa quinta,  favorable posición que Caballero reforzó andando el tiempo con libros rotundos y de alto vuelo, ya fueran los barroquísimos Descrédito del héroe y Laberinto de fortuna en poesía, o en novela su gran canto de amor a Doñana, Ágata ojo de gato, y Toda la noche oyeron pasar pájaros, bendecida con el todavía prestigioso premio Ateneo de Sevilla, magnas obras que fue urdiendo pacientemente a la vez que alentaba su afición flamenca en numerosos ensayos, puesto que corrían tiempos en que lo jondo apenas era divulgado por escritores como Fernando Quiñones, Féliz Grande o Velázquez-Gaztelu, aunque si Caballero merece ser inmortalizado en los altares es por su monumental Archivo del cante flamenco Vergara, un formidable trabajo que, podría decirse, salvó del olvido medio siglo de arte bajoandaluz, con el mismo buen gusto con que supo producir a músicos de otros palos como Luis Eduardo Aute o Vainica Doble, todo lo cual está contado y recogido prolijamente en sendos volúmenes de memorias, Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir, hasta que algunos empezaron a darlo por acabado, por acomodado, por aburguesado, especialmente desde la apertura de la Fundación que lleva su nombre en Jerez a finales de los 90, sin prever que todavía quedaba Caballero para rato, que aún tendríamos tiempo de leer al poeta comprometido, combativo y desobediente de Manual de infractores, La noche no tiene paredes o Entreguerras, porque novelas asegura que ya no tendría tiempo ni fuerzas para escribir más, y por todo ello le fueron cayendo, uno tras otro, el todavía prestigioso premio Reina Sofía, el todavía prestigioso premio Nacional de las Letras, el Nacional de Poesía, no menos prestigioso, y ahora el Cervantes, cuya entrega tendrá lugar el martes próximo, 23 de abril, en el Paraninfo de la Universidad Alcalá de Henares, a las 12 en punto.

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