En la política imperan de tal manera las modas que al conocimiento enciclopédico siguió la experiencia tecnócrata, posteriormente la preponderancia de las mujeres en las preferencias como moda, no como convicción, y actualmente la juventud como valor en alza sin tener en cuenta la experiencia y la sabiduría. La juventud no es más que una enfermedad que se cura con los años; pero el problema en política es que esa enfermedad puede transmitir el virus de la inmadurez al resto de la sociedad o, cuando menos, hacer que toda la sociedad guarde cama mientras se cura el político que adolece de experiencia, edad y conocimiento.
Es cierto que la falta de edad es un valor cuando está asociada con la adquisición de un conocimiento: se puede ser joven pero suficientemente preparado; también se puede ser joven como un valor envidiable desde la madurez e incluso desde la vejez. Lo que no se puede es valorar la juventud en sí misma como símbolo de un valor que siempre se supone pero casi nunca se constata.
En política la juventud se sobrevalora como virtud en sí misma, capaz de atraer la admiración embelesada de cuantos la contemplan. En arte, la juventud puede ser representación de belleza; en medicina, supuesto de salud. En política, la juventud no es sinónimo de sabiduría, sino símbolo de ausencia de experiencia. Han entrado en esta nueva legislatura jóvenes con toda la experiencia por adquirir. Ante eso, sólo se puede patalear: ¿Inmaduros? No, gracias.
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