Cultura

Javier Barón: donde la soleá clama

Teatro Lope de Vega. Espectáculo: Vaivenes. Baile: Javier Barón, Carmelilla Montoya, Ana Morales, David Pérez, Antonio Molina El Choro. Cante: Miguel Ortega, José Valencia, David Palomar. Guitarras: Javier Patino, Rafael Rodríguez ‘El Cabeza’. Violín: Alexis Leféfvre. Dirección artística: Javier Barón. Dirección musical: Faustino Núñez.  Calificación:**

el 05 oct 2010 / 20:06 h.

Una soleá, fragmentada en cuatro partes, es la columna vertebral de Vaivenes. Con esta pieza Javier Barón rinde tributo a su tierra, Alcalá de Guadaíra. Pero el arte no es un compartimento estanco y, en ocasiones, los buenos propósitos no colman los resultados. El gran vacío de este montaje es que falta Barón.

Está su cuerpo, pero no su espíritu, ni su magia, ni siquiera la excelencia de su baile. Por eso el espectáculo galopa como un caballo cojo durante todo su proceso de desarrollo: porque la materia prima está supeditada a los ornamentos artísticos que se exhiben desde el atrás. La puesta en escena, que firma Belén Candil, está sólo hilvanada y, utilizando un término teatral, la configuración es sucia. Lo mismo que el guión musical, elaborado por Faustino Núñez.

El musicólogo vigués ha tirado para Alcalá y para Morón por la autovía y no por las carreteras secundarias, que son los caminos que llevan a la historia flamenca de estas localidades. Aun así, la calidad instrumental queda fuera de toda duda y las coreografías interpretadas por Angelilla Montoya, Ana Morales, El Choro y David Pérez obtuvieron sus mejores resultados cuando Barón se unía a ellos. Con este recurso, se establecen las transiciones que van concatenando a la pieza que sostiene el guión: la soleá.

José Valencia se metía hasta las cuevas del Castillo para que Barón se llenara los pies de albero, pero no estaba el horno para bollos. No digo que bailara mal, porque el maestro tiene oficio y dignifica el baile incluso cuando se busca y no se encuentra; sino que no brilló como nos tiene acostumbrados. No digo que el montaje no sea bueno; sino que no supera a lo ya creado. Porque Barón es él cuando más se aleja de los demás y en Vaivenes hay tanto tumulto que el bailaor aparece desdibujado.

El elenco de artistas que forman parte del espectáculo es de calidad suprema: Patino armonizó y El Cabeza se enganchó a la cuerda pelá para moronear con gusto. Miguel Ortega, Lámpara Minera 2010, canta cada día mejor. Creó una extraña pero bellísima alianza entre su timbre de voz y la melodía de la guajira antigua que plasmaron en rodillo de cera, El señor Revuelta, con piano, y también por la misma época El Mochuelo; José Valencia es una firme garantía para cualquier bailaor. Sus conocimientos del compás y la jondura de su cante se exhibieron con más excelsitud en la saeta final; otro gallo cantó con David Palomar: es la gracia personificada y su polivalencia lo llevó a recitar emulando al poeta de Alcalá.

Barón ha hecho un esfuerzo ímprobo en crear para este montaje y ha viajado a la niñez para plasmar sus principios. Además de los palos antedichos, se bailan bulerías, seguiriyas, tangos, fandangos, cantiñas y clásico español en un número de la escuela bolera y farruca, lo mejor de la noche tanto en lo coreográfico como en la ejecución.

Un catálogo de piezas interesantes que sólo necesitan que el genial artista reordene, porque la esencia la lleva dentro y volverá a salir cuando el antropólogo sea sólo él, que es el que sabe.

  • 1