Cultura

Jesús Méndez maravilló con solo guitarra y palmas

El joven cantaor jerezano deslumbra con una voz algo dura pero de impresionante sonido.

el 27 jul 2012 / 21:30 h.

Jesús Méndez, familiar de la Paquera de Jerez, se atrevió al principio con cantes sin guitarra.

Cuando llegas al pueblo sevillano de Martín de la Jara no tienes que preguntar por el recinto donde tiene lugar la zambra, como decían los periódicos de hace dos siglos para referirse a una fiesta flamenca andaluza. Solo tienes que seguir a los de las neveras y en seguida encuentras el sitio, un recinto amplio donde caben más de mil personas y por el que entra el fresquito por todas partes.

Desde él se ven las luces de Osuna y Los Corrales, pero la noche del jueves, además, el marco natural contaba con la generosa luz de la hermana luna, que parecía lucir una hermosa bata de cola blanca. Todo parecía perfecto para que aparecieran los duendes, y así fue. Y no todos los aficionados del pueblo confiaban en que la de este año fuera una noche flamenca propicia para la evocación del duende, porque la falta de presupuesto obligó a los organizadores a contar con artistas de no demasiado renombre.

El cartel de este año era distinto al de otros, con una apuesta por otras voces, las de figuras nuevas como Santiago Pozo El Nene, el cantaor local, el jerezano Jesús Méndez y dos de las voces nuevas de Huelva, Argentina y Guillermo Cano. Además, una nueva bailaora cordobesa, la joven Alba Luna, que abandonó la danza clásica para hacerse danzarina flamenca con bata de cola y mantón.

Contra todo pronóstico, la nueva fórmula funcionó. Se dieron cita cerca de setecientas personas en el patio del colegio, que, un año más, demostraron que no es gratuita la fama que tiene este pueblo de saber escuchar cante, algo muy difícil en este tipo de festivales flamencos.

Todo fue salir El Nene al escenario, con la guitarra del astigitano Antonio García, y no escucharse un mochuelo. Este cantaor es de repertorio clásico, como sacado de otra época, apegado a los cantes duros, en la línea de un Menese o un Miguel Vargas. De voz natural y asentada, sus tientos, farrucas, malagueñas de La Peñaranda con rondeña, bulerías por soleá y fandangos naturales, sirvieron para templar la noche.

Pero el gran momento llegó con un joven jerezano de 27 años, Jesús Méndez, de la familia de la Paquera de Jerez, que este verano se ha propuesto ponerles las pilas a todos los grandes del cante. Tiene una planta de cantaor que nos anima a soñar despiertos, y una voz tan flamenca, que el gran Antonio Mairena, de haberlo escuchado, se hubiera ido un poco más tranquilo.

Con la guitarra del maestro Antonio Carrión y un par de palmeros como única orquesta de acompañamiento, la nueva voz del cante -una voz algo dura y no muy larga de registros, pero de impresionante sonido-, dejó patidifusos a quienes nunca le habían escuchado. ¡Cómo sonaron sus cantes sin guitarra del principio, su recuerdo a Macandé y los romanceros del Puerto! Y cómo hizo la soleá apolá de Antonio Mairena, que algunos llaman de Charamusco. Y con qué fuerza y jondura evocó a Manuel Torres en los tarantos y al Serna de Jerez en la cabal mejor acabada de todos los tiempos: Moritos a caballo, cristianos a pie.

Lo demás ya fue otra historia. Argentina, con El Bolita de Jerez a la guitarra, estuvo generosa en entrega y palos, pero alargó demasiado su actuación. Esto no le restó méritos, porque cantó muy bien y dejó claro que es, entre otras cosas, de las mejores voces del cante actual. Estuvo magnífica en cantiñas, tangos y fandangos de Huelva.

MELOSAS MILONGAS. El encargado de cerrar una noche de cante muy variada fue otra voz de Huelva, en este caso de Bollullos, la de Guillermo Cano. Tiene su sello y está defendiendo una escuela siempre atacada y despreciada por la flamencología agitanada, la paya. Se equivocó al cantar por seguiriyas, donde no dice gran cosa, pero endulzó el aire de la madrugada con sus melosas milongas y malagueñas.

Como eran ya más de la cuatro de la mañana y hacía frío, su preciosa voz fue una sintonía perfecta para regresar a casa. Eso sí, después de haber pasado una estupenda velada de cante en Martín de la Jara, que no es cualquier cosa.

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