-En estas memorias describe su propia muerte. ¿No es un lector un poco impaciente de sí mismo?
-Si alguien dice que va a contar su vida, tiene que haberse muerto. Si saco unas memorias póstumas, no me va a creer nadie, así que la única manera de seguir era matándome.
-La primera entrega fue resumida por Umbral como "Jesús Pardo ha entrado con una metralleta en el Café Gijón". ¿Ahora sólo se dispara a sí mismo?
-Yo entré más bien con la máquina de la verdad. El Gijón fue un fraude del que no ha salido ni una obra literaria seria, y un remanso de paz en el Madrid del franquismo. La indignación de Umbral fue porque no le menciono. Su vanidad no le dejaba dormir.
-¿Llegaron a amenazarle?
-Si, pero no en la literatura, sino en mi familia santanderina. Recibí anónimos, llamadas. Una vez iba a dar allí una charla y pregunté cuánto valía contratar un gorila. Me dijeron que 5.000 pesetas diarias, pensé que iba a salirme muy caro y me quedé en casa.
-En sus libros no sale bien parado el periodismo franquista. ¿Hemos mejorado?
-Es que antes no había periodismo, había unos secuaces del sistema, Yo fui corresponsal en Londres, trabajaba una hora al día y vivía como un pachá, pero si se me escapaba algo que pusiera en duda la infalibilidad del Caudillo, me iba a la calle inmediatamente.
-¿Se reconoce a sí mismo como su mejor personaje?
-Como todos, tengo mi vanidad, pero si escribes tus memorias tienes que decir la verdad. En mi vida hay un 50 % de cosas buenas y otro de cosas malas, y siento un perverso placer contando las dos.
-Decía Onetti que no hay peor manera de mentir que decir toda la verdad.
-Y no hay atrevimiento más peligroso. Si usted y yo nos pegamos ahora, dentro de cinco minutos no tendremos la verdad, sino la memoria elaborada, como en Rashomon. La verdad es inasequible a la inteligencia.
-Bailó un tango con Cela. ¿No temía ningún pisotón?
-En absoluto, a Camilo se le daba muy bien esa zancada larguísima del tango, no sé dónde la aprendió.
-En la literatura también era de zancada larga.
-Era un tipo muy simpático, un poco bruto, pero muy divertido. Al final echó su vida a perder tontamente, pero escribía como Dios y daba todo a sus amigos, menos prestar dinero.