Cultura

José Tomás, leyenda en sentido literal

El diccionario de la Real Academia define leyenda como "relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos" y también como "obra que se lee". José Tomás, el último mito viviente del toreo, se acoge a ambas acepciones. Su fama ha saltado de los cosos a las librerías. Foto: EFE.

el 15 sep 2009 / 07:29 h.

El diccionario de la Real Academia define leyenda como "relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos" y también como "obra que se lee". José Tomás, el último mito viviente del toreo, se acoge a ambas acepciones. Su fama ha saltado de los cosos a las librerías con una celeridad sin precedentes.

¿Qué diría hoy de él, si viviera, aquel espléndido prosista de la lengua castellana -y por cierto no muy tomasista- conocido como Joaquín Vidal? El mundo taurino, ya de por sí dado a la literaturización -sobre todo en el apartado de la poesía épica- se está quedando sin epítetos para glorificar al diestro de Galapagar: el Mesías, el Quinto Evangelista, el Redentor o el Torero de Otra Galaxia... Y allí donde la pasión se queda sin palabras, llega en su auxilio la literatura. Nada menos que seis títulos dedicados al fenómeno del momento pueden encontrarse en las librerías, y si todo sigue por el camino actual la cosa no ha hecho más que empezar.

Desde los concienzudos estudios del crítico Javier Villán al interesante estudio de Fernando González Viñas, pasando por el volumen colectivo -y precoz, del año 2002- que dio en llamarse Reflexiones sobre José Tomás, el mercado editorial se ha dado prisa en rentabilizar la figura del temerario hombre de Galapagar. La cuestión resulta todavía más llamativa si se considera que Tomás cuenta 33 años, una edad en la que un torero ya no es un niño, pero en la cual los mitos son por lo general poco menos que embriones. Muchos grandes, a su edad, habían inspirado a lo sumo alguna encendida coplilla flamenca; José Tomás, por contra, parece ya objeto de estudio científico.

En ello ha colaborado decisivamente el respaldo que desde muy pronto tuvo el torero por parte de una intelectualidad que parecía haberse divorciado para siempre de los tendidos -acaso por los mismos rechazos hispanófobos que la separaron del flamenco al llegar la democracia-, pero que de la mano de José Tomás regresó con entusiasmo al reino de sangre y arena. Albert Boadella, Fernando Sánchez Dragó, Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Benjamín Prado y muchos otros primeros espadas de las artes y las letras ibéricas corrieron a elevar aún más al madrileño en los altares del valor y la gloria vestida de luces.

Detractores. Pero también hay detractores de alta prosa. Uno de los pocos intelectuales que hasta ahora ha levantado la voz contra la devoción tomasista es Antonio Muñoz Molina, que en las páginas de El País escribía recientemente: "Creíamos que la libertad, al ventilarnos el país, iría despejando toda esa panoplia de espectros; que el ejemplo de nuestra democracia y la riqueza de nuestra mejor tradición ilustrada disiparían poco a poco en el mundo la fama negra de España", asevera, y apunta a renglón seguido. "Quién nos iba a vaticinar que bien entrado el nuevo siglo todo aquello que nos repugnaba por pertenecer a los peores residuos del pasado regresaría convertido en modernidad, incluso en sofisticación".

Cuando se trata de José Tomás no sólo los piropos, sino también las aversiones, las escriben firmas acreditadas. Y todavía queda mucha, mucha tinta por verter.

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