Cultura

Juan Carlos Mestre: «Lo incomprensible no es la poesía, sino nuestra sociedad»

El escritor leonés, que obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2009 con su libro ‘La casa roja’, aborda las claves de la Poesía y se declara próximo al pensamiento cervantino que dice que «aprender a ser libres es aprender a sonreír».

el 03 abr 2010 / 19:02 h.

Juan Carlos Mestre convierte cada uno de sus recitales en un espectáculo y en una liturgia espiritual.

-¿Cuál es el papel de los poetas en medio de todo este jaleo en que se ha convertido el mundo?
-Un poeta cumple un encargo que nadie le ha hecho, vinculado a lo que significa la responsabilidad moral de la palabra. Es decir, se dedica a contribuir a la repoblación espiritual del mundo, frente a una sociedad basada en un esquema de valores que sólo reconoce como útil la rentabilidad ominosa del mercado. El poeta intenta que la dialéctica de la palabra pueda acaso contribuir a restablecer los vínculos, a restaurar las huellas que algún día orientaron el proyecto utópico, siempre pendiente, de la dignidad humana.

-Cuando la poesía se vuelve difícil, críptica u oscura, ¿no se aleja ella sola del pueblo llano?
-Creo que lo que es críptico y oscuro es nuestra sociedad. Es la barbarie, el crimen de Estado, la racionalidad del poder para negar la condición de iguales a sus ciudadanos, los discursos de guerra, los actos de fuerza. Esos son los lenguajes incomprensibles para nuestra conciencia. Por contra, los lenguajes de la poesía son indagación frente la obviedad de lo real, la zona menos visible de esa conciencia de la que es portadora el lenguaje. No todo ha sido hecho para ser entendido por los códigos de la razón, la imaginación está siempre ahí para dignificar súbitamente la situación precaria de lo humano frente a la intemperie. Además, ¿no dijo Lezama que sólo lo difícil es estimulante? Pero siempre es más fácil entender a un poeta que la decisión de aquellos que consideran prescindible la vida de otro.

-Hay quien piensa también que la poesía debe ser algo solemne, pero en sus libros el humor y la ironía están siempre presentes.
-Comparto esa actitud de Nicanor Parra, el gran poeta chileno, cuando dice que se acabó la poesía de los toros furiosos y las vacas sagradas, que las musas han bajado por fin del Olimpo. En todo poema está contenida la paradoja de la existencia, la intimidad y el distanciamiento de lo propio. Yo me siento próximo a aquel pensamiento cervantino, que decía que aprender a ser libres es aprender a sonreír. Ante las amargas muecas de la Historia, la poesía debe aprender a mantener, inmaculada y pura, la sonrisa de los muertos. Y la ironía no es sino un cierto grado de saber ante la espantosa seriedad de los fantasmas del poder.

-Usted afirma que no hay poeta sin lector, pero ¿y el tópico de que en España no existen lectores, sino poetas que se vigilan unos a otros?
-Es, como dices, sólo un tópico. Por más que nos empeñemos, nuestros poemas no existen si no son construidos desde la complicidad de otro, que los articula en la emoción de su conciencia. No concibo la poesía en términos de proyecto literario, sino en términos de proyecto espiritual: y en ese proyecto hay multitudes, todos los que sueñan, los que creen que la dignidad humana aún es posible. Si hay espacio para resistir el mal, hay espacio para las palabras de un poema.

Poeta por los cuatro costados

Descubierto por el premio Adonais con su Antífona del otoño en el valle del Bierzo, Mestre ha mantenido durante años una obra tan sólida como discreta, hasta que obtuvo en 1992 el Gil de Biedma por su libro La poesía ha caído en desgracia. Grabador y músico, otros galardones que reconocen su obra son el premio Jaén por La tumba de Keats y el Nacional por La casa roja.

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