El gran acontecimiento del año, para el arte contemporáneo español, es la exposición retrospectiva de Juan Muñoz en la Tate Modern de Londres. Juan Muñoz murió súbitamente en 2001, cuando era aún muy joven -tenía 48 años- y se encontraba en un momento extraordinario: era un artista ya consagrado a nivel internacional y acababa de inaugurar un proyecto específico -Double Bind- para la Sala de Turbinas de la Tate Modern, un privilegio del que sólo había disfrutado antes la inigualable Louise Bourgeois, y después un reducidísimo grupo de elegidos: Anish Kapoor, Olafur Eliasson, Bruce Nauman, Rachel Whiteread, Carsten Höller y Doris Salcedo.
Hasta entonces, era un artista poco conocido en España, sin duda porque casi toda su carrera profesional se había desarrollado en el mundo anglosajón, donde siempre gozó de gran prestigio. Pero incluso aquí, por aquellos años, se empezó a apreciar el valor excepcional de su obra y a tributarle el reconocimiento debido, llegándosele a conceder el Premio Nacional de Artes Plásticas en el año 2000. Junto a Pepe Cobo, su galerista y amigo, pudimos verle en alguna que otra ocasión por Sevilla, ciudad que consideraba harto singular y en la que incluso había planeado comprar una casa. En Sevilla se presentó por primera vez, de manera póstuma, una de sus obras más emblemáticas, la impresionante Descarrilamiento (2001).
Por desgracia, un paro cardíaco acabó con su vida y, de paso, cortó en seco una de las propuestas más sugestivas del panorama artístico internacional. La obra de Juan Muñoz atrapa al espectador por su gran potencia visual, llevándole a un terreno misterioso en el que se confunde la realidad y la ficción. En ese espacio intermedio, en el que es difícil distinguir lo que es de lo que parece, el espectador se enfrenta a un perspicaz juego de ilusiones, trampantojos y trucos, para acabar siempre desorientado y perplejo. La exposición podrá verse también, más adelante, en el Guggenheim de Bilbao, en el Museo Serralves de Oporto y quizás en el Reina Sofía de Madrid.