Cultura

Juan Suárez: «Sin riesgo, el proceso creativo no tiene sentido»

La galería Rafael Ortiz abre temporada otoñal el próximo miércoles con la producción reciente de uno de los grandes nombres de la pintura sevillana contemporánea

el 17 sep 2010 / 19:48 h.

La Macarena, en su Basílica, preparada para salir.
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El título de la nueva muestra de Juan Suárez, Segunda versión, responde al procedimiento al que su autor somete a las piezas que la integran. La mayoría de ellas viajaron a Madrid hace cuatro años para ser expuestas, pero de vuelta a casa han sufrido sensibles modificaciones. "Cuando una pieza vuelve al estudio, con mucha frecuencia vuelvo a tocarlas, no a la manera de una rectificación o una revisión, sino como una relectura", asegura.

De hecho, para Suárez resulta difícil disociar la faena artística de esos reencuentros con la propia obra. "Cuando me enfrento a una nueva pieza no resuelvo mecánicamente, trato de proponer nuevas vías, o más bien nuevas claves", dice. "Y pobre del que no adopte esta actitud. Siempre cabe el peligro de que un cuadro te funcione y acudas inconscientemente a los mismos recursos, pero con la repetición se pierde muchísima entidad, todo se desmorona. Hay que estar en guardia, ser riguroso y analítico. Sin la capacidad de riesgo, el proceso creativo no tiene sentido. Admito que la repetición interese a algunos artistas por otros motivos estéticos, pero vivir de las rentas, repetirse por comodidad, es un gran error".

En esta veintena de piezas, algunas de gran y mediano formato y una docena de ellas en pequeño formato sobre papel, se dan cita austeras formas geométricas que parecen atrapar superficies de un vibrante, casi incontenible cromatismo. "Me gusta crear tensiones, empezando por el color, ya sea aplicándolo violentamente o con una veladura muy sensible", explica Suárez. "Esas contradicciones han sido el leit motiv de toda mi obra, buscando siempre provocar sensaciones o texturas brillantes junto con otras muy áridas, o con vibraciones de matices. Se trata de tensar de manera escueta, pero tratando de que el resultado sea fuerte", añade el pintor.

 

Natural de El Puerto de Santa María (Cádiz), donde nunca tuvo mucho predicamento -"una vez expuse y no vinieron ni los amigos", recuerda con cierta amargura-, Juan Suárez recibió sin embargo de su tierra natal el influjo cultural de la Base de Rota. "Cuando aparecen los americanos, surge una arquitectura muy elemental que no tenía nada que ver con lo que conocíamos. Y, con ella, nuevos componentes sociales, culturales y por supuesto económicos, que me inculcan una determinada inquietud desde muy niño", recuerda.

Con ese bagaje llegó Suárez a Sevilla para estudiar en la Escuela de Arquitectura, pero antes de que se diera cuenta estaba exponiendo en La Pasarela, uno de los principales focos artísticos de entonces en la capital hispalense, donde se daban cita personalidades como Carmen Laffón, Pepe Soto o Fernando Zóbel.

Fue allí, y en concreto a través del premio Pasarela, donde Suárez trabó amistad con otros jóvenes plásticos como José Ramón Sierra o Gerardo Delgado. "Fuimos una punta de lanza que devino en revulsivo", asevera Suárez, para quien la inauguración de la galería Juana de Aizpuru con todos ellos fue el espaldarazo del grupo.

 

Pero, ¿cabe llamarlo grupo? Suárez, con las debidas precauciones, defiende que sí. "José Ramón niega en rotundo que lo fuéramos, dice que cada uno iba por libre. Es verdad que no había manifiesto, pero sí unas conexiones, unos contagios y una amistad. En las primeras exposiciones estaban Teresa Duclós, Juan Manuel Bonet y Quico Rivas, Pepe Soto... Éramos personalidades distintas que proveníamos de la misma scuela y nos dedicábamos a pintar. Algo había de común".

Mientras crecía su prestigio como artista, Juan Suárez sacó la carrera de Bellas Artes sin pisar una clase -"con gran cabreo de algunos profesores y alumnos"- y más tarde la Cátedra de Dibujo. Luego se decantó por la práctica de la arquitectura sin tener el título. Cuando se le pregunta por los frecuentes trasvases entre arquitectura y pintura -de los que tal vez sea Navarro Baldeweg el ejemplo paradigmático-Suárez cree que en su caso fue una conjunción de circunstancias. "Tal vez fuera por la gente que conocí en la Escuela, que era muy inquieta, o porque allí había muchas cosas que decir. Sin embargo, la práctica de la arquitectura actual tiene un exceso de formalismo, hay otros condicionamientos. Cuando te enfrentas a una obra de arte, te enfrentas contigo y con el soporte, con la materia que vas a modificar. Ahí es donde el artista debe mirar hacia lugares donde el ciudadano no mira, incidir sobre temas que la gente obvia", señala.

Junto a todas las referencias citadas, hay un elemento más que preside las piezas de Juan Suárez, y que también remite de algún modo a su raíz gaditana. "Intento que en mis obras esté el principio y el fin. Constantemente remito al ocaso, a la puesta de sol no como fenómeno, sino como pérdida, todo aquello que se hunde en un horizonte lejano y desconocido. El sol que se pone en la montaña no tiene nada que ver con los ocasos en el mar", apostilla.  

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