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Jubilados ¡a disfrutar!

el 30 abr 2011 / 20:45 h.

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No es un alienígena, es un columpio para mayores.

Borren de su repertorio ese feo dicho popular de ‘a la vejez, viruelas' y sustitúyanlo, en todo caso, por ‘a la vejez, columpios'. Al menos eso es lo que se diría tras observar lo que se cuece en el Paseo de Juan Carlos I, ese agradable lugar a ras del Guadalquivir que día sí y día también es tomado en primavera por una nutrida nómina de turistas fatigados, suecas y otras norteñas ligeras de ropa que confunden el rinconcito con una calita ibicenca, universitarios que ahogan sus suspensos en jugo de cebada y hippies de toda condición; malabaristas, artesanos y aquellos que simplemente ven pasar la vida junto a sus taciturnos perros.

A tal dibujo urbano hay que sumarle ahora el de unos ancianos que, en número creciente cada día, están haciendo suyos los nuevos aparatos gimnásticos para mayores que se han instalado allí como resultado de una petición hecha en los anteriores Presupuestos Participativos. En un primer vistazo los columpios resultan tan extraños que bien pudieran confundirse con estrambóticos instrumentos de tormento y tortura. Superado el miedo y una vez que se ha logrado perder el respeto a semejante unión de barras horizontales y verticales, el resto es averiguar cómo tales cacharros pueden poner a punto las cervicales, los pectorales y hasta los dedos de los pies.

Los niños, haciéndose los despistados, los prueban pero abandonan pronto la curiosidad. Ningún tobogán para resbalarse, menos aun caballitos en los que mecerse. Los canis tampoco le sacan punta: los asientos no son cómodos para entregarse a la botellona. Y el resto los mira con una mezcla de indiferencia e incredulidad, como si no pudieran explicarse qué extraño mecanismo lleva a los jubilados a entender tan rápidamente de qué van estos útiles chismes. Quizás por ello también hay algunos usuarios muy por debajo de la barrera de los 70 que después de analizarlos con detenimiento se lanzan a su uso con el económico empeño de ahorrarse el gimnasio.

En estos aparatos, que parecieran haber sido dejados ahí, olvidados, por una civilización alienígena se pueden realizar ejercicios de piernas, hombros, brazos, remo, péndulo y abdominales. "Tenemos el timón para mover un sólo brazo, el volante para los dos brazos, un columpio para fortalecer las piernas, para hacer esquí de fondo o una tabla de surf", comenta Manuel Molledo, 73 años, y firme defensor de unos cacharritos que hacen la vida más llevadera a quienes "además de dar un paseito al sol quieren hacer un poco de ejercicio y vivir unos cuantos años más", asegura algo entrecortado y resoplando abducido por unos hierros que suben y bajan.

Luego están los contrastes. Porque si bien el emplazamiento es encantador, no es menos cierto que el lugar congrega a una fauna diversa y pelín mirona, en los dos sentidos. De un lado, las nuevas generaciones, esas que se repancingan en el césped como principal leitmotiv de vida. De otro, quienes vienen de vuelta y mientras que le dan un poquito de tersura a los músculos miran con cierta suficiencia al relevo generacional. Claro que, todo hay que decirlo, también están quienes cotillean la orilla a ver si pillan un poco de lozana juventud, por aquello de las regresiones picantes a una infancia en la que ver un tobillo era el súmmum del erotismo. Y en esas estamos. Los políticos ponen los columpios y los usuarios se encargan de darle el cariz social al asunto. Lo mejor será preocuparse por pasarlo como enanos en estos tiovivos para adultos hasta 99 años.

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