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Kleenex antes de tiempo

Una película te empuja al llanto en la recta final, cuando el amor entre los protagonistas se forja o se disipa, o si alguien muere, o si no se consigue aquello por lo que se ha luchado. Sin embargo, algo chirría -o, al menos, nos rompe los esquemas- cuando a los seis, siete minutos, la lágrima ya te surca la mejilla. ¿Los pañuelos, en las salas de cine, no se guardaban hasta el final?

el 16 sep 2009 / 06:58 h.

Una película te empuja al llanto en la recta final, cuando el amor entre los protagonistas se forja o se disipa, o si alguien muere, o si no se consigue aquello por lo que se ha luchado. Sin embargo, algo chirría -o, al menos, nos rompe los esquemas- cuando a los seis, siete minutos, la lágrima ya te surca la mejilla. ¿Los pañuelos, en las salas de cine, no se guardaban hasta el final? ¿Quién logra el prodigio de emocionar en las primeras secuencias, cuando ni siquiera sabes qué puedes esperar? ¿Y cómo se teje la empatía del espectador hacia el personaje, sin tiempo aún para esbozar la historia, pero con unos minutos de lloriqueo ocultos tras las gafas 3D? Si han leído las crónicas, si incluso han sucumbido ya -que no me extrañaría- al encanto de Pixar, intuirán que he pensado esto después de tambalearme con la historia de amor y amistad que nos cuentan en Up. La trama la conducen un anciano que decide honrar la memoria -y cumplir los sueños- de su esposa muerta y un niño que desea obtener la única insignia como explorador que le falta, aunque en su vida existan otros huecos que cubrir; juntos emprenden uno de esos viajes increíbles que sólo concuerdan en la pantalla grande, comenzando por ese globo de globos y culminando con la relatividad de los pesos y medidas. Y se aliñan con alta tecnología, con una animación cada vez más real, pero se sostienen sobre todo en un modo excepcional de afrontar la narración.

Porque -al menos a mí me lo parece- el mayor valor de Up, igual que ocurría en Wall-E, Ratatouille y retrocedan hasta Toy Story, reside en el guión: en la pieza de ingeniería que han armado Pete Docter y Bob Peterson, directores además que han ajustado las líneas para que diviertan a los más pequeños y mantengan el interés de los mayores.

La sesión a la que yo acudí la compartían familias con niños además de grupos sin menores: todos disfrutamos igual, unos con la aventura, otros con la tensión. Por el modo de contar, por las gafas de plástico, por los kleenex. No se la pierdan.

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