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La aficción se cansa y los pañuelos vuelven a Nervión

Un gol de Pandiani cuando el partido agonizaba reflejó la cruda realidad del Sevilla, y ésta no es otra que la de un equipo que en nada se parece a ese equipo campeón -con hechos (títulos) y también de espíritu- que hace no mucho tiempo paseaba con orgullo su escudo por todo el planeta. Foto: EFE.

el 15 sep 2009 / 20:44 h.

Un gol de Pandiani cuando el partido agonizaba reflejó la cruda realidad del Sevilla, y ésta no es otra que la de un equipo que en nada se parece a ese equipo campeón -con hechos (títulos) y también de espíritu- que hace no mucho tiempo paseaba con orgullo su escudo por todo el planeta.

Es cierto que el sevillismo ha pasado años y años sin celebrar nada, sin verse entre los mejores... Lo recuerda a menudo su presidente, pero también -y él es el primero que lo sabe- que en la vida hay etapas y hace tiempo que el Sevilla inició la mejor de toda su historia. Precisamente por eso, la afición ya no traga con todo. Se le podrá decir que el resultado es lo que importa y otras muchas frases, pero no que cierre los ojos, calle y anime simplemente por ser el hecho de ser fiel.

Ayer, el sevillismo mostró su más profundo rechazo al juego del equipo. Lo apoyó hasta el final, pero el gol de Osasuna (colista) fue el detonante de que los pañuelos afloraran en el Sánchez Pizjuán. Desde octubre de 2005, en aquel célebre partido contra el Espanyol, no se veían.

La cuestión es la siguiente: ¿Hay que seguir esperando que esto, que no es nuevo, cambie? ¿O es mejor hacer una seria autocrítica y comenzar a tomar decisiones? Ayer quedó claro cómo es este Sevilla: juega en función del rival, sin importar que sea el colista de la Liga, y su fútbol se encomienda a los chispazos de calidad individual. Lo dice todo, por ejemplo, que Luis Fabiano, mermado pero en el banquillo, se quedase sin jugar cuando el equipo ganaba 1-0; en lugar de buscar el 2-0, la sentencia al partido, Jiménez prefirió defender y reforzar el lateral con Crespo. Para colmo, al final ni siquiera consiguió eso.

Que el colista se marchase a casa con más ocasiones de peligro a favor dice muy a las claras lo que se vio sobre el césped. Y si encima ese número de ocasiones se cuentan con los dedos de una mano, pues más aún. El gol de Jesús Navas, otra acción suya que saca Roberto, un cabezazo de Kanouté desviado y un remate del franco-malí que el portero desvió al travesaño en el tiempo de prolongación fue todo el argumento ofensivo del Sevilla.

Tal es la obsesión por defender que el juego de ataque elogiado en los últimos tiempos ha pasado a mejor vida. Todo se encomienda a que los futbolistas de banda -casi siempre sin apoyos porque los laterales no corren riesgos- hagan la jugada del siglo; o a la clase de Luis Fabiano y Kanouté, los que siempre están mientras otros...

De todos modos, la lectura va más allá. No se entiende que un aspirante a la Champions caiga a las primeras de cambio de la UEFA y de la forma en que lo hizo; que se intente maquillar siempre todo con la clasificación liguera -el segundo puesto ha durado sólo unos días-; y que, a la hora de la verdad, sin el problema de las lesiones, de la acumulación de partidos, etcétera, etcétera el Sevilla sea absolutamente incapaz de poner contra las cuerdas a Osasuna. Si se quiere un proyecto mediocre, todo vale, pero la afición ya se ha cansado.

El banquillo. Visto lo visto, y dado que rediseñar el plantel viendo que muchos de sus integrantes -unos nuevos y otros menos nuevos- no aportan lo que debería por su coste y por lo que se anunciaba desde el club, todas las miradas se dirigen hacia la figura de Jiménez. Ayer presenció el partido desde la grada por sanción, pegado al teléfono. El miércoles llega la eliminatoria frente al Deportivo, uno de los conjuntos más en forma del momento, y habrá que ver lo que hace el Sevilla.

En apenas siete días, ambos se enfrentarán tres veces (dos en Copa y una en Liga, ésta por medio). Si el Sevilla sale airoso, Jiménez seguirá siendo su entrenador; si no es así, sus días están contados. Porque ojo, la paciencia de José María del Nido también tiene su límite.

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