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La apoteosis del tono monocorde

El formato acartonado impide la viveza de un debate que, por momentos, pareció más una sucesión de monólogos.

el 15 feb 2011 / 23:32 h.

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Decía anoche el candidato del PP, Juan Ignacio Zoido, que él no venía al debate a discutir con nadie sino a presentar sus propuestas. Pues bien, la apreciación es extensible a los demás candidatos sentados anoche en el estudio de Giralda TV de la calle Rioja.

Una discusión en este contexto es sinónimo de debate y lo que allí aconteció se asemejaba más a una sucesión de monólogos para la colocación de mensajes que a una confrontación partidaria de ideas en la que se mezclan las réplicas con las contrarréplicas con una mínima espontaneidad y frescura.

Ni Juan Ignacio Zoido, ni Juan Espadas ni Antonio Rodrigo Torrijos pudieron sustraerse anoche a la maraña de reglas que los partidos imponen para la celebración de estos debates, un catálogo de pactos a cual más resabiado que derivó en la noche de ayer en un soliloquio continuo, una llamada a coger el mando a distancia que no fue más que la consecuencia inevitable de un formato acartonado en el que se sacrificaba la vivacidad en aras de la escrupulosidad.

Ante eso poco podía hacer el moderador, Javier Bolaños, impecable en la administración de los tiempos de un debate que se convirtió en una apoteosis del tono monocorde, con los candidatos mirando a las cámaras con tanta profusión que en ocasiones parecían estar en un casting de presentadores de telediarios.

¿Quién sale reforzado del debate y quién puede sentirse escaldado tras la experiencia? Si se escucha a los entornos de los contendientes, la respuesta es casi tan de manual como en las noches electorales: todos ganan. Y siguen vivos y con sus expectativas intactas. Seguramente todos tengan esta vez su buena parte de razón, sin que eso implique una contradicción.

Anoche no se trataba de liquidar al contrario a tres meses y una semana de las elecciones, sino de que cada cual colocara su mensaje en las salitas de estar del mayor número posible de sevillanos. Y en eso todos han cumplido.

Juan Ignacio Zoido quiso colocar tres ideas y lo logró. Quería que los espectadores vieran que ni socialistas ni Izquierda Unida quieren hablar de Mercasevilla, se empecinó en mostrar que ni unos ni otros le dejarían gobernar aunque fuese la lista más votada y martilleó una vez más a los televidentes con su mensaje de que lo que se necesita es que Sevilla funcione, un mensaje tan etéreo como difícil de desmontar (¿Y quién no comparte semejante deseo?).

Juan Espadas aprovechó la hora y media de televisión para darse a conocer con una imagen de cercanía que le vendrá muy bien a su discurso un tanto tecnocrático y para proclamarse como un alcalde para el futuro que defiende lo bueno conseguido sin que le asuste reconocer los errores cometidos. Es un buen orador, y eso transmite credibilidad y confianza.Y, por último, Torrijos reivindicó la labor de Izquierda Unida mediante un sistema que mezclaba la acumulación de cifras, cifras y más cifras sobre su gestión todas ellas incontestables con las puyas de rigor al candidato de la derecha, ayer definido como el corneta del apocalipsis.

Tampoco debe pedirse mucho más. Se trataba casi de un calentamiento, un intercambio de golpes preludio de la pelea definitiva. Vendrán más debates. Ojalá que al menos sean más frescos y menos hieráticos que el de anoche.

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