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La ‘atípica’ flamenca

el 12 ago 2011 / 20:19 h.

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Que si el nombre de Sevilla viene de palafito; que si se puso en honor de la diosa Palas Atenea, que si procede de pantano... Pamplinas. Puestos a no tener ni idea y a lanzar conjeturas alegremente, no descarte usted que la palabra Híspalis signifique Te repites más que la morcilla en alguna variante dialectal del turdetano arcaico. No en vano, uno de los gentilicios que se usan para identificar al paisano de por aquí es jartible. ¿Que por qué? Eche un vistazo a su alrededor. Mire las costumbres locales. Fíjese en la gente, en las fiestas, en las manías, en todo, y diga usted si no es más cierto que Sevilla está basada en la repetición. Hasta aquellas cosas que están sometidas a los dictados del marketing y de la moda, dos tiranos volubles donde los haya, logran responder a ese prurito. ¿Quiere un ejemplo? Mire este escaparate.

Lo que se observa tras la luna de este comercio de souvenirs de García de Vinuesa no es un tipo exclusivo de mercancía. Esa criatura decorativa-conmemorativa que podría denominarse como la flamenca de televisor 2.0 está presente quizá en todos los establecimientos de esta especie repartidos por el casco antiguo, lo cual habla bien a las claras de los avances experimentados por Sevilla en su concepto de sí misma, en su imagen ante el mundo. En realidad, todo este ir y venir a través de los siglos a cuestas con la gitana y el torero responde a una inteligente manera de adaptar una de las imágenes de marca más potentes del planeta (puede que la que más) a los tiempos corrientes y a los gustos predominantes.

La pregunta es: ¿debe Sevilla anclarse en ella?
Y la respuesta es: no lo hace. Vean ustedes el Paseo de Colón, la Plaza de España, el Prado, la Puerta de Jerez, y digan qué papel puede llegar a desempeñar el abanico calado en el PIB sevillano. De ahí a ver tenderetes con las Setas de la Encarnación de escayola va nada y menos: échenle cincuenta años, como mucho. La única lástima es que ahora las pantallas planas están complicando la costumbre de aprovechar la tele como expositor de recuerdos de viajes, pero aunque los tire todos a la basura por falta de repisa donde ponerlos, recuerde preservar tres de ellos, indispensables para que las generaciones venideras puedan comprenderlo: el hórreo gallego, el pote de barro de la Costa del Sol (ya saben: Estuve en Estepona y me acordé de ti) y la flamenca de lunares.

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