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La basura se come las calzadas

Las montañas de desperdicios empiezan a invadir las calzadas en calles como San Luis, Feria, Don Pedro Niño y Castellar

el 02 feb 2013 / 20:32 h.

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La acumulación incontrolada de basuras en las calles de Sevilla comienza a ser un serio problema para los negocios de pequeños y medianos comerciantes ubicados en las cercanías de contenedores. Basta con darse un paseo por las calles más céntricas de la ciudad para comprobar la deplorable imagen que proyectan algunas vías como consecuencia del depósito continuado de residuos en la vía pública.

Traspasamos el Arco de la Macarena y encaminamos nuestros pasos, calle San Luis abajo, hacia el corazón comercial de la ciudad, pero mucho antes de alcanzar la Plaza del Duque, la huelga de basuras deja a nuestro paso un reguero de hirientes imágenes. En la plaza del Pumarejo, en el tramo final de la calle San Luis, en Castellar, en Don Pedro Niño e incluso en varios sectores de la calle Feria son tales las montañas de basura que se hacinan junto a los contenedores que parte de los residuos comienzan a invadir las estrechas calzadas del entramado urbano de la zona. A una decena de metros de la iglesia de San Juan de la Palma, en la calle Menjíbar, el cúmulo de desperdicios amenaza con taponar la entrada a un comercio, y hasta a los rebuscadores de basura se les hace difícil, cuando no imposible, acceder a unos contenedores sumergidos en un promontorio de inmundicias.

Accedemos a la plaza de San Andrés, casi en el cordón del núcleo más comercial de la ciudad, y da pena comprobar cómo otro monte de bolsas de basura y deserperdicios se recuesta sobre uno de los laterales de la parroquia, justo el que coincide con la cabecera del templo.

El panorama no es mucho más halagüeño mientras intentamos alcanzar la plaza de la Campana. Otra cordillera de basuras amenaza con enterrar bajo su cúspide a los contenedores ubicados en la esquina de Angostillo con Orfila, una estampa que sin duda rompe la bucólica escena de una plaza empedrada y rodeada de naranjos y que, a buen seguro, espanta a más de un cliente de sentarse en los soleados veladores de los bares y cafeterías de la zona. Y no sólo porque una imagen así le revuelva el estómago a cualquiera, también por el hedor, que empieza a esparcir su desagradable rastro en más de una calle.

Sobre una de las aceras de la calle San Miguel, una estrecha bocacalle que conecta Amor de Dios y Trajano, las basuras trepan sobre señoriales fachadas. Bolsas, cartones y otros desperdicios colapsan por completo la angosta acera impidiendo el paso de los peatones. Sólo cabe cruzar de acera.

Alcanzamos al fin la plaza del Duque. El rastro de la huelga de recogida de basuras apenas se deja notar en este centro neurálgico de las compras. Sólo unas gigantescas bolsas de basura negras sobre la acera de la tienda Zara alertan al transeúnte. Cierto es que en las arterias del comercio tradicional por excelencia -la emblemática Sierpes, la milla de oro de Tetuán o la empedrada calle Cuna- los vestigios del conflicto que desde una semana enfrenta a la plantilla de Lipasam con el Gobierno local apenas son apreciables. En parte porque los comerciantes son los primeros interesados en mantener una imagen digna ante las fachadas de sus negocios y, por ende, nada más abrir la persiana se afanan en barrer las puertas de sus locales. Con todo, la falta de barrido y de baldeo en Sierpes era ayer más que evidente. La calle más paseada de la ciudad amaneció muy descuidada, con papeles y envoltorios revoloteando por el pavimento, con bolsas de basuras a las puertas de algunos comercios y hasta con cacas de perro.

En la plaza del Salvador también se hacina la basura alrededor de los contenedores y en la calle Cuna se amontonan las bolsas a las puertas de un local abandonado. Tampoco es muy grata la estampa que se encuentran los huéspedes del Hotel Gran Meliá Colón a las puertas del complejo. Nada más poner un pie en la calle, aún con los mapas a cuestas, deben sortear las decenas de naranjas que salpican el adoquinado tramo final de la calle San Eloy. Al menos aquí el hedor no se hace insoportable.

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