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Jóvenes al día

La berrea: punto de partida para iniciarse como senderista

Este fin de semana es el momento ideal para lanzarse al campo y disfrutar del espectáculo natural de la berrea de los ciervos. Conocerla servirá para que defendamos la biodiversidad.

el 25 sep 2014 / 16:34 h.

Imagen-Imagen-berrea-copiaPocos momentos hay tan mágicos para vivir el campo como este que ahora atravesamos. Desde hace una semana, la berrea de los ciervos se halla en pleno apogeo. Su audición, a la caída de la tarde y hasta bien entrada la noche, constituye uno de los momentos más atractivos para disfrutar del bosque. También representa, a juicio de todo experto, la excursión ideal para debutar como senderista en plena naturaleza. La Sierra Norte sevillana es uno de los lugares ideales para disfrutar con la sobrecogedora audición que supone atender, en mitad de la noche, los sonidos guturales que emiten sin cesar los ciervos rojos durante su periodo de celo. Con la berrea, estos animales, además de procrear, buscan adueñarse de nuevos territorios y marcar su superioridad. «Quien repite vuelve; y durante estos primeros días de septiembre son muchos los grupos de excursionistas jóvenes que llegan hasta aquí porque alguien les ha hablado de nosotros», explica Javier Moro, biólogo y naturalista ligado al Cortijo El Berrocal, en Almadén de la Plata, lugar privilegiado donde disfrutar de una experiencia que sólo puede vivirse una vez en el año. «Las demostraciones de poder de los machos incluyen los berreos y luchas rituales, en las que utilizan su cornamenta», explica. Los territorios preferidos son en los que las hembras deban beber o alimentarse. Los machos ganadores reúnen harenes de hasta 50 hembras. «Conocer la berrea es también el mejor punto de partida para defender la biodiversidad; una biodiversidad que se ve atacada, fundamentalmente, por la presencia ocasional de cazadores furtivos que aprovechan la mayor concentración de ciervos para delinquir», dice Moro. Hacen falta pocas explicaciones para poder disfrutar con este fenómeno natural; tan sólo es necesario llegar un rato antes de la puesta de sol y llevar algo de abrigo. Si decidimos acudir al Berrocal, habremos de situarnos en el sendero que se inicia frente al centro de visitantes. Tras una primera cuesta con bastante pendiente pero de corto trayecto, vamos subiendo y bajando en sucesivos tramos, con pendientes respetables, pero siempre cortas en el espacio. La vegetación es típicamente de bosque mediterráneo: jaras, romero, cantueso, madroños, encinas, alcornoques, etc. En la anochecida y si se transita en silencio es muy posible ver, además de ciervos, algún jabalí o algún zorro. «Luego escogeremos algún lugar a resguardo de los árboles, no a cielo abierto, para intentar pasar lo más desapercibidos posibles. Y lo que tocará entonces es esperar, en la oscuridad. Pronto comenzaremos a escuchar berridos que percibiremos cómo cada vez los sentimos más y más cercanos», explica Moro. «La sensación es estremecedora y, a la vez, de una belleza impactante», apunta Elena Gil, habitual guía de excursiones, en su caso, por el paraje del Cerro del Hierro, otro espacio privilegiado donde gozar del espectáculo noctámbulo de los ciervos. La berrea suele comenzar en la segunda quincena de septiembre y puede prolongarse mes y medio, incluso más. La peculiar sinfonía se escucha por un lado y otro. Las réplicas surgen de cada rincón del campo. El amanecer y el atardecer son los dos momentos del día más agitados. Los animales están en la «mancha», la parte más inaccesible del monte, emboscados entre lentisco, jara y coscojas, pero la luz parece remover sus instintos. El celo provoca que este animal, huidizo y esquivo por naturaleza, se exhiba en los claros del bosque. Observamos las primeras marcas. Vemos el tronco raspado de una encina, el árbol muestra la leña carnosa del interior. Los ciervos se limpian las fundas de la encornadura, restriegan su cabeza en los árboles. A quinientos metros, un joven macho corretea monte adentro con un harén de cuatro ciervas. Aceleran el paso, les siguen dos cervatillos. Únicamente en la época de reproducción, los machos se acercan a las hembras; son más vulnerables, se exponen. Si lloviese, se reavivaría el celo del animal. El bramido característico sigue atravesando estos callados montes que, a comienzos del otoño, parecen mugir por sí mismos. El galante cortejo de estos animales consiste, fundamentalmente, en gritar mucho. La vehemencia de algunos bramidos es sorprendente. El potente ronquido es la llamada a la hembra, un piropo salvaje y atractivo. Cuando se cruzan los machos, puede producirse el duelo, si ninguno de los dos huye antes. En estas circunstancias, quedan solteros los ciervos más jóvenes e inexpertos, varetos, que deambulan solitarios incluso en estos momentos de unión, tentando a la suerte y al descuido de oponentes más fuertes. El tiempo de gestación de las ciervas dura ocho meses. Suelen parir un cervatillo, dos en casos excepcionales. El parto llegará en primavera. El salvaje ritual de apareamiento puede provocar la muerte de los ciervos, que dejan de alimentarse y se entregan a numerosas peleas con otros pretendientes. Un agente de medio ambiente apunta que, años atrás, encontraron dos cráneos frente a frente, con las cornamentas enlazadas. Murieron por agotamiento, incapaces de desenlazar sus puntas. Ojo: la berrea no es un circo. Aquí no se paga entrada y el espectáculo no está garantizado. Estamos en plena naturaleza, donde no caben exigencias ni hay libro de reclamaciones. Como mínimo, internarnos en la oscuridad del bosque cualquier noche de septiembre ya debería servir para regresar a la ciudad con el alma transida.

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