Cofradías

La Borriquita: La cofradía de los padres mártires

Nazarenos en carrito y bebés vestidos de músicos de la Banda del Sol o de costaleros ponen la nota de color a la cofradía.

el 17 abr 2011 / 21:08 h.

  • La Borriquita será la cofradía de los niños, pero qué difícil sería ignorar a los auténticos cortejos de adultos que se organizan en torno a cada pequeño nazareno para asegurarse de que pueda salir y de que sobreviva a la estación de penitencia. En la salida de la hermandad la presencia infantil era doble: a un lado de la plaza del Salvador, infinidad de carritos de bebé -seguramente sea la única cofradía en la que puedan verse incluso en primera fila-, escoltados por padres preocupados por el color rojizo y el pegajoso sudor de sus caritas, culpa del tremendo calor de un Domingo de Ramos míticamente soleado. Del otro, una rampa por la que no sólo desfilaron pequeños nazarenos, sino también pequeños músicos de la Banda del Sol y pequeños costaleros de apenas unos meses... en brazos de sus padres.

    Fue abrir las puertas y empezar a procesionar, también, carritos de bebés: con palmas rizadas adornándolos, con nazarenitos dormidos, otros sin antifaz y con chupete, algunos en brazos de sus padres o sus madres... por cada uno, al menos dos adultos cargados con bolsas de avituallamiento -caramelos, bebidas, bocatas...-, y asegurándose de que el crío se comporta: "¡Dale un caramelo a este señor!", instaba un abuelo a un monaguillo que no quería que le vaciaran la canastilla. Un rato después, al aumentar de altura los nazarenos, la fila se fue normalizando y la mayoría ya andaban por sí mismos, aún de la mano de sus padres. De inmediato dejaron de verse antifaces levantados y el tramo comenzó a parecer uno más de cualquier hermandad... con padres, muchos padres, junto a los retoños.

    Es la idiosincrasia de una hermandad que ayer puso en la calle un misterio de la Sagrada Entrada en Jerusalén con una palmera tan alta que le costó trabajo- y tres ramas- atravesar el dintel para salir hasta la rampa, luciendo claveles de un intenso color rosa, a los sones de Cristo del Amor. Los costaleros se echaron un pulso ellos mismos y encadenaron en la bajada Virgen de la Paloma, completando una enérgica revirá en la que pedieron otra palma y continuando hacia la calle Cuna. Al final, el misterio no bajó al suelo hasta haber recorrido toda la plaza.

    A esa hora ya habían pasado su prueba de fuego los bebés cofrades: unos perfectamente ataviados como músicos de la Banda del Sol pese a tener como mucho un par de meses, otros vestidos de costalero con costal y todo aunque a tamaño mini, todos en brazos de unos padres con idéntica indumentaria. Situados en la trasera del paso, berrearon a más no poder al pasarles al lado mismo de los oídos las trompetas y tambores de la banda, ahogando por completo sus llantos mientras sus padres los miraban con una mezcla de penita... y muchísimo orgullo.

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