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La burbuja gripal

La semana pasada toda la prensa recogía las conclusiones de un (presunto) informe elaborado por una empresa de trabajo temporal y dedicado a ponderar los posibles efectos de la epidemia de gripe A sobre el absentismo laboral...

el 16 sep 2009 / 07:32 h.

La semana pasada toda la prensa recogía las conclusiones de un (presunto) informe elaborado por una empresa de trabajo temporal y dedicado a ponderar los posibles efectos de la epidemia de gripe A sobre el absentismo laboral. Por resumir lo que ya de por sí era un resumen, las apocalípticas conclusiones sugerían que las empresas podrían triplicar sus gastos en este apartado con unos niveles de incomparecencia en el puesto de trabajo que podrían llegar hasta el 50% de la plantilla. Si bien las relaciones entre los datos de partida, las hipótesis y las conclusiones de este (presunto) informe no parecen, a primera vista, mucho más sólidas de las que sería de esperar de un echador de cartas, no deja de ser un síntoma real de preocupación por las consecuencias económicas de una amenaza de epidemia tan publicitada como difusa.

De hecho, en la medida que nadie sabe cómo se desenvolverá, ni siquiera a muy corto plazo, esto que ya ha sido razonablemente titulado como pandemia por la OMS, todas las hipótesis están abiertas: tanto puede agudizarse como mitigarse o desaparecer. Y tanto puede seguir siendo poco agresiva como mutar a peor o a mejor. Ante esta incertidumbre tan ruidosa, por supuesto, tampoco está nada claro qué hacer, aparte de respaldar a los investigadores para saber más del virus y obtener una buena vacuna lo antes posible. Más allá, tal vez lo más razonable sea precisamente no hacer nada, pero una vez encendido el pánico (y alimentado día a día) esa alternativa casi ni se contempla: necesitamos algún placebo en forma de mascarilla o de campaña preventiva que nos conmine con toda seriedad a convertirnos en hipocondríacos tipo Jack Nicholson en Mejor imposible.

Es fácil hacer chistes, pero no debe perderse de vista que, en la medida en que existe un motivo de preocupación indudable, nuestra mejor opción es insuflarnos confianza concediéndonos la sensación de que hay algo que está en nuestra mano para hacer frente al riesgo de enfermar. Es decir, a pesar de que casi sin excepción todos somos cínicamente conscientes de que las precauciones aconsejadas son fútiles o impracticables, esta misma tensión gratuita nos da la sensación de que somos capaces de ir al mismo ritmo de los hechos, o incluso adelantarnos parcialmente.

La falta de transparencia y las informaciones contradictorias son las mejores causas del pánico excesivo o irracional. Por su parte, los efectos de un pánico desbordado ya se han invocado demasiadas veces en el último año para volver a invocarlos aquí. Así pues, y dado que la gente es capaz de desbrozar la información del amarillismo, la impresión es que mientras más se desboque la inventiva de la rumorología y de las campañas de prevención más se endurecerá, paradójicamente, la piel de la gente frente a ataques de pánico, y más improbables se harán las reacciones histéricas.

Estamos atravesando un lógico y sobreinformado periodo de ajuste que resulta tan inevitable como útil de cara a un hipotético empeoramiento de las cosas. Aquí no existen, si se me permiten, los diferenciales de información que ocasionaron la burbuja inmobiliaria. Toda la información disponible está a la disposición de todo el mundo al mismo tiempo. Las cosas no están bajo control ni dejan de estarlo pero todo el mundo puede verlo.

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