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La canción del final del verano

No teman, no voy a echar de menos la famosa canción del verano que todos hemos bailado o tarareado en los veranos anteriores, cuando inspirados autores nos hacían danzar con "la Parrilla" o el "Aserejé". Este 2008 se ha librado de semejante privilegio nacional sin que se sepa muy bien por qué.

el 15 sep 2009 / 11:43 h.

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No teman, no voy a echar de menos la famosa canción del verano que todos hemos bailado o tarareado en los veranos anteriores, cuando inspirados autores nos hacían danzar con "la Parrilla" o el "Aserejé". Este 2008 se ha librado de semejante privilegio nacional sin que se sepa muy bien por qué. Es posible que cuando los españoles andamos entretenidos con asuntos importantes (olimpiadas, tenis...) o más dramáticos (accidente trágico de Barajas), no prestemos atención a naderías que dejan de tener sentido cuando nuestra atención se orienta a otros acontecimientos. De la canción del verano que quiero hablar es la del final del ciclo estival; ésa no falta nunca a la cita, cualquiera que sean los acontecimientos que viva nuestro país; me refiero a la elaboración, negociación y aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Ya saben, las cuentas donde se recogen los ingresos y gastos para el año próximo. El Gobierno de España tiene la obligación de presupuestar esas cuentas para presentarlas en las Cortes al objeto de que diputados y senadores puedan examinarlas, discutirlas y aprobarlas si se reúne la mayoría necesaria para hacerlo.

Si el Gobierno no dispone de esa mayoría, es evidente que tendrá que procurar encontrar aliados con los que conformar la misma; de lo contrario, los presupuestos en vigor se prorrogan automáticamente, perdiendo el país las oportunidades de ampliar las posibilidades de ingresos y gastos que nos permitan seguir avanzando.

Llevamos varios años donde esa situación de gobierno minoritario se viene repitiendo para gozo de los enemigos de las mayorías absolutas parlamentarias y para tristeza de quienes pensamos que sería necesario arbitrar medidas que fomenten gobiernos sólidos y estables, que no dependan de la voluntad de grupúsculos empeñados en no representar a la soberanía nacional, sino a los ciudadanos de un determinado territorio.

Cuando el gobierno se dirige a esos grupúsculos con el ánimo de pedirles sus votos para conformar un bloque que permita alcanzar en el número de 176 diputados que posibiliten el éxito de la operación, todos los españoles sabemos cual será la respuesta. Por si alguien no se había enterado, me remito a la última declaración de la Unión del Pueblo Navarro, socio del PP en Navarra, que ha manifestado su voluntad de aportar el voto de sus dos diputados a los de los socialistas con condiciones. Ya salió de nuevo la canción del final del verano: con condiciones. Nos la sabemos de memoria; la hemos oído hasta la saciedad en años anteriores con más o menos diplomacia, con más o menos descaro, en catalán o en vasco, en canario o en valenciano. Los de la UPN han sacado su propia letra: un AVE hasta Pamplona; letra y música: Miguel Sanz, Presidente del Gobierno Foral de Navarra. Es casi seguro que algún otro autor querrá competir dando su apoyo al Gobierno sacando otra letra y otra música, pero que todas suenan igual, más euros para la región, comunidad histórica, nacionalidad o nación, cuyos diputados tengan la suerte de sumar para que los españoles tengamos unos Presupuestos con los que intentar hacer frente a la crisis.

El Gobierno, al final no tendrá más remedio que claudicar y así Pamplona verá llegar el AVE con más velocidad que el resto de los territorios que sólo aportan algunas decenas de diputados que, ésos sí, se creen eso de la soberanía nacional. Y los españoles observaremos una vez más que aquellos grupúsculos que ocupan escaños en el Congreso de los Diputados representando a territorios con identidad propia, con lengua diferente, con cultura singular, con hechos diferenciales, no aspiran, en la negociación, a demandar acciones del gobierno que potencien, salvaguarden o amplíen esa características de las que tanto alardean y por las que consiguieron votos de sus ciudadanos. No; al final lo que piden es más euros, más infraestructuras, más dinero en definitiva, quedando en evidencia sus hechos diferenciales, sus identidades y demás singularidades, que cuando llega la hora de repartir la pasta pasan a un segundo plano, dejando al descubierto qué les mueve y qué buscan.

Ahora que la Comisión Constitucional del Congreso se propone una reforma de la Ley Electoral, creo que ha llegado la hora de que levantemos nuestra voz pidiendo que esa reforma ponga las cosas en su sitio y nos convierta en un país moderno, asentado democráticamente y preparado, con gobiernos sólidos y estables. Gran Bretaña, Alemania, EEUU, son países asentados democrática y políticamente; de ellos podríamos tomar ejemplo y entender, de una vez por todas, que la transición ya acabó hace tiempo y que un parlamento eficaz y eficiente no es una Cámara articulada alrededor de muchos grupos, sino conformada fundamentalmente sobre las dos grandes líneas ideológicas surgidas tras la Segunda Guerra Mundial: liberales y socialdemócratas. Los ciudadanos en los países citados encargan la responsabilidad del gobierno a una de esas dos líneas ideológicas, con mayorías absolutas y sin la rémora de tener que estar al capricho de pequeños grupos que no buscan el interés general del país, sino legítimos, pero fuera de lugar, intereses muy locales. Esos intereses localistas deberían tener su asiento en un Senado reformado, dejando el Congreso para la representación de aquellos que asumen defender los intereses de España. Para ello es imprescindible que la reforma de la Ley electoral fije un mínimo de representación para todo el territorio nacional que, yo cifro en el 5%. Esa sola medida evitaría que la canción del final del verano volviera a marearnos cada año moviéndonos todos al son que quiera tocar cada letrista que, con identidad diferente, al final solo busca más euros para su territorio.

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