No puede decirse aquello de "a la tercera va la vencida" porque los intentos de poner en pie la Casa de Murillo han sido algunos más. La idea partió de Soledad Becerril cuando era Ministra de Cultura y estaba tan bien intencionada como las intenciones que, según los manuscritos ológrafos de Santa Teresa guardados en el convento de la acera de enfrente, forman el empedrado del infierno.
Entonces la casa, adjudicada a dedo al pintor, fue amueblada con mesas y sillas que parecían sacados por un camión de mudanzas del Mesón Torre del Oro. Llegaban millares de turistas que, seguramente habían hecho su primera comunión con recordatorios del Ángel de la Guarda murillesco, entraban y se encontraban con que allí no había nada de nada. En Amberes enseñan la casa de Rubens que no guarda ninguna obra del artista alemán pero que está amueblada con minuciosidad alemana y que, en cierta forma, se convierte en la vivienda prototipo de las clases acomodadas del seiscientos. Eso es lo que debe ser la de Sevilla y no le demos más vueltas con cosas raras. Eso y a lo mejor también con una librería donde puedan comprarse las publicaciones de la Consejería y las de arte de otras administraciones.
Yo espero que el actual proyecto, al cual no ha sido ajeno José Ramón López, camine sobre esa línea. En caso de duda, alguien debería pasarse por Amberes. Ahora está a 110 euros de distancia.
Antonio Zoido es escritor e historiador