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La ciudad y su príncipe

El oro del siglo XVI hizo de Sevilla una ciudad italiana, a la cabeza de la cual siempre debía haber un príncipe. Príncipes italianos quisieron ser los duques de Medina, los de Arcos y los de Alcalá y algunos lo consiguieron.

el 14 sep 2009 / 22:52 h.

El oro del siglo XVI hizo de Sevilla una ciudad italiana, a la cabeza de la cual siempre debía haber un príncipe. Príncipes italianos quisieron ser los duques de Medina, los de Arcos y los de Alcalá y algunos lo consiguieron. Luego llegó la decadencia y hasta el sueño visto y no visto de ser la Corte en tiempos de Felipe V. De esa desilusión precisamente arrancó el cambio hacia un principado simbólico: los maestrantes lo dejaron patente en el nombre de la puerta y el balcón de su plaza pero, así y todo, tuvieron que conformarse durante cientos de temporadas con que allí únicamente luciera un retrato del monarca. Por eso tal vez la ciudad empezó a inventarse los suyos.

Hace 50 años Sevilla seguía siendo una ciudad provinciana; había surgido ya el "Equipo 57" pero habrían de pasar casi otros 10 para que aquí se abriera la galería La Pasarela; más allá del puente móvil de San Telmo, sólo se veían Los Remedios Viejos y los cerros del Aljarafe. La basura la recogían, noche a noche, gentes que conducían un carrito tirado por borrico y todavía estaba por llegar la última riada. Fue entonces cuando cruzó por primera vez el albero del coso del Baratillo un novillero llamado Curro, elegido para la gloria. Sevilla encontró su nuevo príncipe; desde entonces la puerta recuperó por él su nombre. Logró, incluso, que el vacío sillón del palco estuviera ocupado con frecuencia.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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