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La comunidad internacional

En el nuevo escenario en el que nos ha colocado la globalización, se alude con frecuencia a la comunidad internacional queriendo con ello personificar al conjunto de Estados que existen en la actualidad. Y así, nos referimos a la reacción que cabe esperar de esa comunidad internacional por la invasión de Osetia del Sur...

el 15 sep 2009 / 10:27 h.

En el nuevo escenario en el que nos ha colocado la globalización, se alude con frecuencia a la comunidad internacional queriendo con ello personificar al conjunto de Estados que existen en la actualidad. Y así, nos referimos a la reacción que cabe esperar de esa comunidad internacional por la invasión de Osetia del Sur, o a la reprobación de esa comunidad internacional por la violación de los derechos humanos del dictador de turno, o a la amenaza que supone, de nuevo, para la comunidad internacional el desarrollo de la energía nuclear. En definitiva, parece como si esa tan reiterada comunidad internacional fuera un bloque compacto del que cabe esperarse una actuación común, un pensamiento compartido o unos intereses similares. Dotamos de un alma a un supuesto cuerpo articulado de países, con lo que obtenemos una persona ficticia a la que imputarle voluntad e inteligencia.

Sin embargo, la comunidad internacional no es tal; solo existe un conjunto de Estados generalmente mal avenidos que diseñan sus relaciones exteriores por razones estrictamente domésticas. Y en este concierto mundial no todos los países tienen la misma capacidad de influencia. Se podría decir incluso que solo algunos de ellos pueden incidir con sus decisiones en el destino de esa comunidad. Y los que así pueden actuar ni siquiera comparten los mismos intereses ni objetivos, lo que podemos comprobar con lo que está ocurriendo de nuevo entre Rusia y EEUU.

Los destinos de este planeta están en manos de muy pocos gobiernos que vienen ejerciendo su liderazgo mediante imposiciones a los demás, a las que someten con frecuencia a sus designios, y ello lo hacen en aras de una supuesta comunidad internacional de la que se han postulados como garantes. Y frente a ellos, organismos como NNUU tienen poco que decir, salvo someterse a los dictados de los más fuertes. Su débil estructura y escaso desarrollo aseguran la posición de preeminencia de aquellos que ejercen realmente el poder, y que buscan escenarios locales o regionales donde confrontarse, caso del conflicto de Georgia y Osetia del Sur, Palestina, Líbano, Tibet, Sudan... y tantos otros como jalonan el panorama actual. Unos poderes, estos que tienen los líderes mundiales, que les permiten también intervenir al interior de los Estados para desgastar a los gobiernos que no les son afines, si bien lo hacen con la complicidad de grupos locales minoritarios a los que apoyan y animan en su confrontación con los responsables políticos democráticamente elegidos, como está ocurriendo en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Serbia... y tantos países que quieren escapar a sus designios en busca de un futuro propio. En este contexto, hablar de comunidad internacional en los términos en los que se está haciendo no es más que un eufemismo con el que se escamotea el conocimiento de la realidad y, como consecuencia de ello, se impide la búsqueda de soluciones para los problemas que aquejan a las sociedades contemporáneas.

Estamos en manos de los poderosos, como EEUU, Rusia, Japón, a los que se quieren sumar China, India o Brasil. La UE y los Estados que la conforman van a la deriva sin acabar de perfilar su papel en el escenario internacional. Urge pues una reforma que fortalezca y democratice a la tan traída comunidad internacional.

Rosario Valpuesta es catedrática de Derecho Civil de la Pablo de Olavide

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