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La condición humana

Después de ver Gomorra, la señalada película de Matteo Garrone basada en la novela homónima de Roberto Saviano, puedo sacar una sola pero inapelable conclusión: el único problema del hombre como ser social...

el 15 sep 2009 / 19:47 h.

Después de ver Gomorra, la señalada película de Matteo Garrone basada en la novela homónima de Roberto Saviano, puedo sacar una sola pero inapelable conclusión: el único problema del hombre como ser social son los instintos inherentes a su condición humana. Homo homimi lupus est. Hobbes no pudo ser más preciso. La animalidad nos desacredita. En condiciones adversas, somos depredadores inmisericordes. Si a este planteamiento sumario le agregamos la pérdida de valores consustancial a los tiempos que corren, entendemos de algún modo cómo un mundo sin principios, y desvinculado de cualquier ética, impone su ley del Talión en un universo de la desesperanza plagado de perdedores, miserables engrandecidos que manifiestan con sus abusos el poder de la vileza.

Fue precisamente en Nápoles, la ciudad de la camorra, donde Marina Abramovic realizó una de sus acciones iniciales más conocidas, una arriesgada performance que cuestionaba los impulsos más bajos de las personas, evidenciando con un abnegado sacrificio voluntario que ante la indefensión muchas personas responden con la extralimitación. La artista anunció que permanecería inerte seis horas en una galería rodeada de objetos diversos, útiles que podían usarse para que el público interviniera sobre su cuerpo de manera libre. Ella no se alteraría. Había desde una pluma y un bote de perfume, hasta agujas, tijeras e incluso una pistola cargada. A las tres horas, ya le habían cortado varias veces y pinchado en diferentes partes. No se inmutó. Ni tan siquiera pestañeó cuando le pusieron el revólver en la sien, un hecho que asustó a los organizadores y les llevó a suspender el acto.

Por desgracia, ser solidarios nos requiere un gran esfuerzo de consciencia porque cuesta ponerse en el lugar del otro. Pero aprovechar las debilidades ajenas en beneficio propio lo hacemos casi sin querer, como si fuese un gesto innato de supervivencia que saciara instintos primarios que no podemos controlar.

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