El Osasuna es el único equipo de la LFP cuyo nombre es una palabra en euskera. Osasuna significa salud, fuerza o vigor en el antiquísimo idioma preindoeuropeo e, históricamente, el equipo pamplonica ha hecho del nombre propuesto por el presidente José Benjamín Andoain en los albores del representante navarro en este mundo su razón de ser.
Para el sevillismo Osasuna significa partidos en la nieve, extraños arbitrajes de Pérez Lasa, eliminaciones coperas que cercenaban ilusiones que parecía que nunca llegarían... En definitiva, partidos duros en los que los de Nervión no terminaban de sentirse cómodos. Sin embargo, antes del encuentro de ayer, el Sevilla llevaba cinco años sin perder en Liga ante el conjunto rojillo. La penúltima derrota aconteció varias semanas antes de que el sevillismo saciara su sed de títulos en Eindhoven, en aquella final tan recordada esta semana.
Superar a Osasuna ha sido en el pasado reciente del Sevilla sinónimo de años gloriosos, siendo su ejemplo más clarificador la semifinal que dio paso a la UEFA ganada en Glasgow. Por tanto, la derrota de ayer se convierte en el enésimo indicio para dar por muerto a un equipo en un declive permanente y preocupante.
Este Sevilla inerte necesita de más osasuna en todos los sentidos de la palabra. Salud para que, sea como sea, se acaben las plagas de lesiones que asuelan al equipo estén o no Orellana o Jiménez; fuerza para ser capaz de resistir una ventaja de dos goles ante un equipo que olía a Segunda; y ese vigor que durante años ha sido característico del Sevilla y que no sólo no está, sino que ni siquiera se le espera.
Los de Manzano, de todas maneras, han respondido al guión de la Liga, confirmando junto a sus competidores la mediocridad de quienes parecen temer clasificarse para Europa. Está claro que la séptima plaza es un marrón por el tema de las previas, pero por lo visto, nadie quiere ni las otras dos. Si nos hubieran dicho esto cuando Baptista desató la locura en Nervión por un gol ante Osasuna...
