Fue un gregario de Rominger el culpable de que el de Villava abdicara con el rostro roto de dolor y las piernas resquebrajadas por el cansancio y la fatiga. Su imagen con el aliento perdido fue un puñal clavado en el corazón de un Banesto herido. Ayer, el Sevilla de Manolo Jiménez, el Eusebio Unzué de Nervión, fue guiado hacia el añejo Manzanares, donde el Atlético ha edificado una cárcel de anhelos y sueños volátiles.
La Liga inauguró a mediados de la actual década un nuevo panorama que aún conserva su esencia. Y el Sevilla es el hipotético líder del grupo perseguidor, aquel que busca cazar a los Zülle e Indurain a pie de las infernales rampas del Mortirolo. Luis Fabiano, Navas, Kanouté, Negredo y Perotti son los jefes de filas de un bloque que debería ser intratable en las rondas menores y agitador en las grandes vueltas.
Ayer, sin embargo, no reclamó el número 3 como líder de la Vuelta a Andalucía ante un Atlético que se desangra en silencio y sin compasión. Calado por la humedad del Manzanares y deprimido por la gloria olvidada, el once de Quique Sánchez Flores es sólo un grato recuerdo de las diabólicas escapadas rumbo al Bernabéu.
Y así coronó otra noche tediosa el Sevilla de Jiménez, aquel que subsistía a las críticas y enterraba los debates antes de que 2009 enfilara hacia su agonía, aquel gregario modelado a imagen y semejanza del canterano luchador y que, asido a la barra más alta de la proa, soportaba el viento y el agua. Pero ayer ejerció el rol de simple gregario y condenó a sus escaladores a una pájara interminable. A un plan rácano y a contraestilo. Cuando Jalabert y Virenque sólo acariciaban el cogote de Indurain...
