Carmen supera de largo los 50 años. A simple vista es una vecina más del centro. Aguarda a las puertas de una casa en una plaza cercana a la Alameda de Hércules junto a otras ocho mujeres de distintas edades que la acompañan. Comparten charla y el café que se preparan en uno de los bajos de la zona. Esperan a que aparezca algún cliente que les haga provechosa la mañana, a ser posible, uno «de toda la vida», que son los que no deparan sorpresas. Hoy parece que hay suerte. En un coche llega Antonio, un anciano al que su hijo acerca casi diariamente para que su padre contrate la compañía de Carmen durante unas horas. Ella se aproxima para ayudarle a salir del vehículo y subirlo al piso. Es un asiduo, un visitante casi diario que no suele fallarle y que le garantiza un mínimo sustento que ella necesita. Es madre y su marido está impedido en una cama. Desde que perdió su último trabajo era cuidadora de un enfermo que falleció no le ha quedado más remedio que volver a ejercer. Y el verbo es volver y no empezar, porque hace 20 años ya estuvo haciendo la calle en el CascoAntiguo. Fue una de las prostitutas que dieron aquella dudosa fama a la Alameda en los ochenta, aunque en aquellos tiempos el proxeneta de las chicas se llamaba droga y ahora se le conoce como crisis y se apellida paro.El caso de Carmen nombre ficticio, como el del resto de personajes reales que aparecen en estas páginas es solo una de las historias que diariamente se escriben en esta plaza del CascoAntiguo, donde este drama, pese a resultar casi inapreciable, sigue existiendo y marcando la existencia de mujeres que en su mayoría lo que quieren un trabajo que les permita pagar la hipoteca, el alquiler o los gastos de sus hijos.«Aquí ya no hay putas, eso era antes». Esta frase la repiten los dueños de los negocios cercanos y la mayoría de los viandantes que pasean por la Alameda sin fijarse demasiado en las señoras que deambulan por los alrededores. Pero sí las hay, aunque muchos no lo sepan. Lo que ocurre es que estas mujeres no molestan a los vecinos, sino más bien todo lo contrario. «Aquí no hacen mal a nadie y casi todos entendemos por lo que pasan. No arman jaleo. Incluso vigilan los coches aparcados», comenta un vendedor de la zona intentando poner un poco de humor a la situación. Otros vecinos, en cambio, prefieren mirar de lejos. «Lo que ellas necesitan es un trabajo y una casa, porque algunas no tienen ni donde vivir», lamenta este hombre, que suele hablar con ellas cada día.Sandra es natural de una isla del Caribe, pero lleva años enEspaña: «La prostitución ahora no se ejerce por drogas, sino por el paro.Yo estuve trabajando en hoteles y restaurantes pero es que ya no hay empleos o los que ofrecen tienen sueldos míseros con los que no puedo ni pagar el alquiler del piso donde vivo con mi hijo».Ella ha intentado dejarlo en varias ocasiones. «He hecho cursos que nos paga el Ayuntamiento, pero el problema que tenemos es que mientras estamos allí aprendiendo, no estamos trabajando, y si no conseguimos dinero a fin de mes no puedo pagar la casa y la comida. El tiempo que no estoy aquí son clientes que puedo perder», explica con resignación.Otra de las mujeres que se deja ver por la plaza la escucha y se acerca para exponer el problema con claridad. «Aquí vivimos al día. Si ganamos dinero, comemos. Si no, nada. Los cursos pueden ser gratis, pero tenemos hijos y familia que mantener. Nadie está aquí por gusto. Tampoco nos fuerzan. Nos obli-ga la crisis».Las administraciones públicas suelen alardear de los numerosos recursos que dedican para ayudar a estas mujeres. Ellas tienen su versión. «Si los políticos ya no tienen trabajo ni para enchufar a los suyos, ¿qué van a hacer por nosotras?», suelta una de las más descreídas y decepcionadas. El motivo, hace años tuvo una mala experiencia cuando acudió a pedir ayuda. No volvió.Sandra se muestra más comprensiva. «Es verdad que hacen muchas cosas y nos ayudan. Aquí vienen unas chicas que nos dan preservativos y nos enseñan a protegernos para que no nos pase nada. También nos ofrecen cursos y a veces también podemos trabajar como asesoras de otras prostitutas para ayudarlas. Recursos tienen, pero para dejar esto lo que necesitamos es un trabajo digno», apunta.Pero hay más dificulta-des.Algunas llegan incluso a lo burocrático, ya que varias de ellas residen en pueblos cercanos y vienen a trabajar a Sevilla. No pueden pedir las ayudas del Ayuntamiento y en sus localidades ni siquiera existen políticas para este colectivo.Desde hace algunos años, el consistorio saca a concurso anualmente un servicio de atención «a personas en situación de exclusión social o riesgo de estarlo que ejercen la prostitución, afectadas por consumo de drogas en la zona centro». Carmen desconocía ese contrato, y duda de que la droga sea el problema que haya que atajar. «Yo estuve aquí cuando la gente se prostituía para meterse algo. Y vimos morir a muchas mujeres. Ese no es el motivo ahora».Pero frente a estas trabas administrativas y supuestas salidas, la necesidad diaria se impone y cada mañana se vuelven a ver las mismas caras en esta plaza. Y eso que todas admiten que no dudarían en abandonar este oficio si alguien las contratara. «Lo dejaría al segundo. Estoy cansada de esta mierda. Es verdad que hay buena gente que viene para que los escuchemos y para que les demos lo que no se atreven a pedirle a sus esposas, pero también hay peligros. Hay días que no soy capaz ni de salir de la cama pensando en mi vida, y me deprimo, y no soporto que me pongan una mano encima, pero tengo que venir aquí», confiesa.Tras las preguntas de ElCorreo para confeccionar este reportaje, este grupo de mujeres nos invita a ir más allá de contar su situación y averiguar si efectivamente las administraciones se interesan por su problema. Ante ese planteamiento, este periódico se puso en contacto con el área municipal de Familia, Asuntos Sociales y Zonas de Especial Actuación para trasladarles a las autoridades esta realidad. La delegada responsable, Dolores de Pablo, se ha comprometido a reunirse personalmente con ellas este martes, junto a la directora de área y a los técnicos con el objetivo de analizar las posibles salidas para este grupo.«El consistorio es consciente de que nosotras existimos. Vamos a ver si realmente se preocupa y si salir aquí hablando sirve de algo», añade una de las incrédulas. Este periódico informará de lo que ocurra tras esta reunión y de las alternativas que se les brinden.
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