Todo lo que el fútbol tiene de bueno también lo tiene de malo. Del negro se pasa al blanco en un santiamén, pero del blanco también se puede pasar al negro en un periquete. En el caso del Betis, hace un mes parecía que había cogido el tranquillo a la categoría y ahora ya no queda rastro de ese conjunto que a las primeras de cambio se había instalado en el trío de cabeza. Los futbolistas han sido los primeros en recibir las correspondientes críticas y la dirección deportiva ha sido la siguiente por su mala planificación de la plantilla, así que el turno ya es para el entrenador, Antonio Tapia, hasta ahora exento de los análisis negativos.
La inmunidad del técnico no tiene más remedio que desaparecer tras los dos lamentables encuentros realizados por sus hombres en las dos últimas semanas. Si el equipo fue superado en el juego por rivales como el Real Unión o el Castellón, alguna culpa tendrá el cordobés, al que los hechos poco a poco se le vuelven en contra. Puede que su prudencia haya sido elogiada, pero los números son los números y dicen que su Betis sólo ha ganado tres de los nueve partidos oficiales que ha jugado, que fue eliminado de la Copa en el minuto uno y que lleva la mitad de la campaña fuera de la zona de ascenso. Y afirmar que los suyos crearon "aproximaciones con peligro" en Castalia tampoco le ayuda.
El devenir del curso y sus propias decisiones también se han convertido en un mal enemigo para Tapia. Su discurso, desde el principio, se ha basado en que dispone de "una gran plantilla". Han bastado ocho jornadas, e incluso alguna menos, para desmontar esa teoría. El año es largo y el tiempo puede darle la razón, claro que sí, pero a día de hoy algo debe de fallar cuando su defensa aún tiembla como un flan, ninguna de las combinaciones en el centro del campo le dan el equilibrio buscado y dos chavales del filial, Rodri e Israel, juegan antes que algún que otro profesional (Nano, sin ir más lejos). El primero de ellos, además, lleva casi el doble de minutos que Capi y ya fue el primer recambio del que echó mano el técnico en los dos últimos compromisos cuando quiso variar el rumbo de los partidos, cosa que por cierto no ha conseguido hasta ahora.
El trabajo de mentalización, tan importante en verano y tan fructífero en las primeras jornadas, también comienza a flaquear. Frente al Real Unión, Sergio García directamente se quitó de en medio. El sábado, en Castellón, Emana no aportó nada de nada. Lo mismo podría decirse de las charlas sobre la presión: que el técnico parezca sorprendido por la influencia de una simple pitada en los futbolistas (como ocurrió ante el Real Unión) ya no parece una buena señal, pero es que en Castalia había 4.000 aficionados en la grada, una octava parte de ellos del Betis y sin que silbaran precisamente a los suyos, y el equipo tampoco respondió. Tapia, como el Betis, debe reaccionar ya.