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“La cultura europea no puede entenderse sin la filosofía”

Manuel Barrios, que acaba de ser reelegido decano de la Facultad de Filosofía, reflexiona sobre los recortes del Gobierno en educación.

el 12 jul 2013 / 23:30 h.

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Manuel BarriosCuando el “discurso alicorto de los mercados lo arrasa todo” se hace necesario, más que nunca, defender la educación pública y, por extensión, las humanidades. Con ese objetivo central ha iniciado esta semana Manuel Barrios su segunda etapa como reelegido decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Sevilla. Militante contra los planes del Gobierno de acabar con la igualdad de oportunidades, también defiende el valor de su disciplina en una época en la que los poderes fácticos parecen empeñados en barrerla del mapa curricular educativo. –Sea sincero y dígame si de verdad recomendaría a un estudiante apostar por Filosofía en lugar de por el dueto Filología Alemana e Ingeniería... –Claro que sí: creo que los estudios de Filosofía contienen la quintaesencia de las humanidades, su capacidad para fomentar el juicio crítico y argumentar racionalmente sobre los temas complejos que afectan al núcleo de la existencia humana. Por eso sirven para “ganarse la vida” en un sentido más esencial que el puramente económico, esto es, sirven para ganar una vida propia, consciente de sí misma. Y desde un punto de vista más pragmático poseen una dimensión interdisciplinar que confiere a nuestros egresados una mente bien amueblada y con gran versatilidad, algo especialmente demandado en un mundo laboral cada vez más cambiante. –No piensan lo mismo quienes han decidido que la enseñanza de Filosofía en la educación obligatoria sea algo anecdótico... –Es insensato. Priva a nuestros jóvenes de la posibilidad de apropiarse reflexivamente su herencia intelectual. No hay cultura europea sin filosofía. No se puede pensar en abstracto sin el magisterio de Platón, Aristóteles, los escolásticos, los librepensadores, Hegel, Nietzsche u Ortega. –Haciendo de abogado del diablo, ¿qué aportan ustedes? –El filósofo es un perito en dudas, capaz de problematizar lo obvio y abrir la mirada a mundos impensados: alimenta la crítica y estimula la utopía en las sociedades democráticas. Resulta indispensable para esa formación de personas autónomas, con pensamiento propio, que –¿irónicamente?– propone la nueva Ley para la Mejora de la Educación. –Comparten campus con Psicología. ¿La filosofía terapeútica es un camelo o el diván ya forma parte de sus despachos? –El ejemplo que con sus escritos dio Lou Marinoff ha sido especialmente nefasto, porque ignora el verdadero sentido del filosofar y lo reduce a una práctica individualista de autoayuda. Pero la filosofía siempre ha tenido esta dimensión práctica, como orientación vital. –Recomiéndenos un libro cuyas ideas considere de valor y díganos de qué texto mantenernos alejados... –Apostaría por Sin fines de lucro, de Martha Nussbaum, reciente Premio Príncipe de Asturias, cuyo valor de actualidad se resume en el subtítulo: “Por qué la democracia necesita de las humanidades”. Y la lejanía que prefiero es la de la crítica, que exige conocimiento y, por tanto, leer incluso aquello que no nos convence demasiado. –Su colega Comte-Sponville asegura que “uno estudia Filosofía porque no es feliz”. ¿La infelicidad entonces es el mejor estado para hacerse preguntas? –Yo no lo plantearía en términos tan sentimentales. Hacerse cargo de la condición humana es reconocer su carácter de proyecto siempre inacabado. Así que existir implica andar constantemente a la busca del sentido de la existencia. Ese desajuste se puede sentir como insatisfacción, pero también como acicate para vivir más intensamente. –Después de tantos escritos como ha dedicado al poeta alemán Friedrich Hölderlin, ¿ha constatado si, más allá de su indudable locura mental, había en él un iluminado? –Hölderlin, quizá el poeta más puro de Occidente, proyectó esa pureza en su vida y en sus ideales políticos en tiempos de la Revolución Francesa. Dicen que fue el fracaso de dichos ideales lo que motivó su locura. En la fachada de la torre de Tübingen, donde pasó la mitad de su vida, los jóvenes escriben aún en dialecto suabo: “Hölderlin no estaba loco”. A ellos no les parece locura pensar un mundo más bello, más libre y mejor, sin conformarse con lo que hay. A mí, tampoco. –Nietzche es otro de sus objetivos de estudio. ¿Qué tiene el autor de El Anticristo y Más allá del bien y del mal que tanto seduce a adolescentes, mayores y ancianos? –La sospecha respecto a todos nuestros credos de fe, la firme certeza de que una vez derribados los viejos ídolos de la metafísica y la religión, el peor peligro viene de sustituirlos por otros que no identificamos como tales, desde la política-religión del nacionalismo hasta el dogmatismo del progreso. –¿Vivimos en la posmodernidad o esa etiqueta ya ha caducado? –Mejor convendría matizarla. La posmodernidad surgió como conciencia de crisis de los discursos emancipatorios de la modernidad; pero derivó en un abandono de todo el ideario ilustrado. El tema pendiente de nuestro tiempo es pensar cómo reconducir las actuales mercadocracias a formas democráticas superiores, y para ello estimo irrenunciables algunos aspectos de aquel ideario de libertad, igualdad y fraternidad aún no realizados.

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