Adormilados, primero, por los cuentos en los que una mentalidad nacionalcatólica convirtió nuestra vasta y profunda Historia y, segundo, por el vacío que se produjo después al dejar de contarlos, Sevilla ha quedado al margen de eso que ha dado en llamarse Bicentenario de la Independencia de la América española, del que ya han comenzado a celebrarse los fastos. Antes aprendíamos lo del levantamiento madrileño del 2 de mayo de 1808 y lo de la batalla de Bailén; con la democracia nos situamos en el otro extremo del periodo, en la Constitución de 1812, pero ¿Qué hay en el centro del movimiento pendular?
Pues, ni más ni menos, el espacio de tiempo -de diciembre de 1808 a enero de 1810- en el que la Junta Suprema Central, el gobierno de la España y las Indias que se negaba a reconocer como rey a José I, reside en Sevilla. Es aquí donde surge la propuesta de Convocatoria de Cortes y elaboración constitucional que terminaría convertida en Real Decreto de 22 de mayo de 1809, hace hoy exactamente 200 años. Con él se convertiría en proyecto oficial la convocatoria a la Asamblea Constituyente, por medio del nombramniento de una Comisión de Cortes, presidida por Jovellanos y encargada de llevar a efecto todo ello.
El bicentenario de esa independencia de Hispanoamérica coincide, ni más ni menos, con la entrada de los franceses en Sevilla por una razón: durante más de un año Sevilla fue la capital de la "España libre" de Napoleón, si usamos el argot de la II Guerra Mundial. Aunque en Sevilla ni unos ni otros se hayan enterado, la independencia de las colonias americanas fue, en ese primer momento, una independencia muy "española", la de negarse a pertenecer a la Europa napoleónica y el papel de Sevilla, el de cortar y trenzar los mimbres para hacer de la Cádiz de 1812 la Cuna de la Libertad.
Antonio Zoido es escritor e historiador