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Cultura

La de Victorino, tampoco

El exceso de expectación terminó pasando factura a esta primera tarde de relumbrones y derroches que desbordaron al pésimo encierro que trajo Victorino Martín a Sevilla.

el 16 sep 2009 / 01:47 h.

El exceso de expectación terminó pasando factura a esta primera tarde de relumbrones y derroches -hay quien pagó veinte mil duritos del ala para ver la corrida con su señora- que desbordaron al pésimo encierro que trajo Victorino Martín a Sevilla. Un borrón lo echa cualquiera, pero el caso es que la corrida que viajó a la Maestranza desde los campos extremeños no convenció a nadie por su pésimo juego, su mal estilo, el peligro sordo que desarrolló en todo momento y, ay, por la deficiente presentación en un hierro de altísima cotización que debió traer al coso del Baratillo una corrida pareja y mucho mejor rematada.

El caso es que ninguno de los ansiados victorinos llegó embistiendo de verdad a la muleta; ni siquiera El Cid tuvo esta vez de cara sus duendes particulares para sortear ese toro que a él no le suele fallar. Fue imposible y al final los escépticos del acontecimiento salieron rumiando su dudosa victoria mientras el abono, cumplida una semana del ciclo continuado, se hunde irremisiblemente en el aburrimiento más desesperado.

Y el caso es que hubo algún momento de interés. El pasaje más intenso, más gozosamente vivido por el ruidoso público que abarrotaba los tendidos maestrantes fue protagonizado por Morante de la Puebla, que formó un lío con el capote al recibir al quinto de la tarde. El largo ramillete de verónicas fue ganando en acople, temple y cadencia según se salía desde las tablas hasta los medios. Morante se rompió del todo en dos o tres lances que hicieron crujir la plaza hasta los cimientos, toreando al ralentí y congelando la embestida del victorino hasta hacer tocar a la banda de Música. Las lanzas volvían a ser cañas, después de que el de la Puebla no se hubiera dado excesiva coba con los dos toros que sorteó por delante. Lástima que este quinto no mantuviera el mismo comportamiento en la lidia, frustrando un quite por delantales en el que ya comenzó a gazapear.

Como al resto de su lote, Morante dejó que lo masacraran en varas sin compasión antes de emplearse en un trasteo trabajoso que nunca llegó a tomar vuelo a pesar de la voluntad de su matador. Imposible por el izquierdo, trató de meterlo en la canasta por el otro lado sin que el toro se entregara nunca de verdad. Andarín, quedándose debajo del engaño, no dejó estar nunca agusto al torero que acabó claudicando poniendo fin a este gesto que, al final, no fue tal.

Morante había sorteado en primer lugar un toro manso y rajado que nunca quiso pelea. Sí acertó a recibirlo con unos lances genuflexos pintados en sepia que remató con dos medias de otro tiempo. Ahí se acabó la fiesta. Viendo que el toro se defendía, que ni siquiera pasaba en la muleta, optó por tirar por la calle de enmedio con carácter y personalidad. Es lo que hay que hacer cuando la lidia es imposible. Lo demás es perder el tiempo.

La misma historia se repitió en parte con el tercero de la soporífera tarde. Volvió a estirarse a la verónica sin que el toro acabara de emplearse. Tras la carnicería en varas, llegó a la muleta reponiendo, revolviéndose y quedándose muy corto. Tras las pertienentes probaturas y una colada con guasita Morante no se lo pensó y se fue por la espada.

El Cid también tuvo un toro que, muy a medias, le dejó mostrar la calidad de su toreo zurdo. Fue en el cuarto de la tarde después de una breve competencia en quites entre los dos matadores que pareció romper la tarde. Pero era sólo una ilusión. La faena, de excelente mérito, imperceptible aguante y sincera entrega tuvo que sortear las enormes dudas del animal, que se desplazaba por el pitón izquierdo sin entregarse del todo, probando imperceptiblemente y midiendo al torero un segundo antes de tomar la muleta.

Aguantó ese chaparrón el diestro de Salteras, que le enjaretó diez o doce naturales de muchos kilates en un trasteo valioso, de mucha más altura que otros premiados con oreja al mismo torero, en la misma plaza.

Apenas tuvo opciones este especialista en victorinos con el segundo del decepcionante encierro enviado por el paleto de Galapagar. Ése fue un toro que gazapeó siempre, que se quedó corto y resultó andarín y pegajoso en los muletazos, revolviéndose en una loseta.

Se peleó El Cid con él, vendió bien la pelea, pero las condiciones del toro hacían imposible el hilo del trasteo y tuvo que desistir para echarlo abajo de un sablazo. Ni cabía otra. Tampoco pudo ser con el sexto bis de la tarde, un animal manso de solemnidad al que tuvo que buscar en chiqueros, donde aguardaba emplazado desde su salida. En un descuido de la lidia agarró al de Salteras por el pecho y le dio una soberana voltereta de la que salió sin heridas pero maltrecho. Incompresiblemente dejó de largo al toro para el segundo puyazo, teniendo que cerrarlo para que se simulara la suerte. En la muleta buscó al torero con sentido, quedándose corto hasta volver a sorprender a El Cid en un nuevo gañafón escalofriante que le hizo desistir de un empeño imposible. El toro no tenía un pase. Era el triste colofón a una tarde de oropeles que acabó vencida.

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