Local

La democracia no ampara el insulto

Por desgracia, recientemente están proliferando actitudes cobardes de quienes pretenden ampararse en una supuesta libertad a difamar, injuriar e insultar, basada en su autoarrogado derecho a poder manifestar lo que a cada uno le dé la santa gana...

el 15 sep 2009 / 04:10 h.

Por desgracia, recientemente están proliferando actitudes cobardes de quienes pretenden ampararse en una supuesta libertad a difamar, injuriar e insultar, basada en su autoarrogado derecho a poder manifestar lo que a cada uno le dé la santa gana, sin pararse a pensar que lo que se dice o manifiesta lesiona derechos legítimos y protegibles de terceros. Seríamos así, plenamente iguales en la indecencia del escarnio libre y gratuito, y ya se dirija contra el vecino o el mismísimo Rey.

No se trata ya de un reconocimiento constitucional de la inmunidad del monarca, con lo que se podrá estar o no de acuerdo, se sea republicano o monárquico, de izquierdas o de derechas, porque lo cierto es que se trata de una declaración contenida en nuestra Carta Magna, de la que todos debemos estar orgullosos, sino de tener la más mínima vergüenza, sentido de responsabilidad y pudor a la hora de proferir gravísimos descalificativos de quien, nos guste o no, es el jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia y representante de los españoles en las relaciones internacionales (Constitución dixit).

Mas tan iguales somos, que hasta en el supuesto de no tener el monarca tan alta estima y dignidad, tendría también derecho a ser amparado en nuestra democracia, como ciudadano que sufre una grave afrenta por parte de un fanático irracional que no está de acuerdo con la institución monárquica.

Ya es hora de que esos comportamientos se escuden en la impunidad y en el "aquí no pasa nada", debiendo ser perseguidos con la dureza y rigor que establece nuestro ordenamiento jurídico. Pues hoy en día somos tan iguales tan iguales, que salvo el Rey todos podemos llegar a ostentar la condición de delincuentes, pudiendo sufrir todos el correspondiente y merecido reproche social que, incluso, puede conducir a la cárcel, última manifestación de la paridad e igualdad democrática.

  • 1