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La desgracia de un tipo llamado Wilson

Fue noticia de primera página. Un ecuatoriano, de nombre Wilson, acaparó la atención de nuestro país cuando los teletipos difundieron la noticia de su acto heroico. En el momento en que un energúmeno, en plena vía pública, pretendía asesinar a su pareja, una de tantas mujeres que sufren la violencia masculina, un ciudadano inmigrante...

el 15 sep 2009 / 22:17 h.

Fue noticia de primera página. Un ecuatoriano, de nombre Wilson, acaparó la atención de nuestro país cuando los teletipos difundieron la noticia de su acto heroico. En el momento en que un energúmeno, en plena vía pública, pretendía asesinar a su pareja, una de tantas mujeres que sufren la violencia masculina, un ciudadano inmigrante, que caminaba por la acera donde el potencial asesino se afanaba por rematar la faena, se armó de valor y, seguramente sin pensar en el riesgo que corría frente a un maleante armado con un cuchillo, con un desprecio a la temeridad innegable y admirable, consiguió detener al individuo y, con la ayuda posterior de otros dos ciudadanos, lo redujo. En los días siguientes supimos más detalles del acto valeroso del ciudadano Wilson y pudimos enterarnos de la prevención o cobardía de algunos otros que, o no tuvieron el valor del ecuatoriano o, sencillamente, decidieron no meterse en líos por lo que pudiera pasar.

Y, efectivamente, podía pasar de todo. Tras la conmoción inicial y el canto general en todos los medios de comunicación, pasados los días, alguna autoridad anunció que el ciudadano sudamericano sería condecorado con la Medalla de Oro al Mérito por su generoso y arriesgado gesto. Todos nos alegramos por el anuncio y porque se hubiera tenido la sensibilidad suficiente para recordarnos que, si alguna medalla está justificada, la que se quería otorgar a Wilson se explicaba sobradamente.

Pero estaba claro que alguien tendría que intentar demostrar que no se puede ser tan bueno, que algún fallo tenía que haber en la conducta del ciudadano que, con su arrojo en los sucesos reseñados, nos había dejado en evidencia a los demás. Se iba a enterar el tal Wilson. Y se enteró. Días pasados, escuché en un programa de radio a un avispado periodista que pretendía aleccionarnos sobre el dudoso comportamiento del ecuatoriano, en relación con el maltrato y la violencia de género.

Se ha buscado en los archivos policiales de Ecuador y, según el periodista, Wilson ha tenido varias denuncias por agresión a mujeres, aunque no está claro si se trató de denuncias falsas o de hechos probados y condenados. Si las denuncias fueran falsas y Wilson no hubiera sido condenado por ninguno de los delitos que se señalaron en la información periodística, estaríamos ante una infamia tremenda, ni más ni menos que en un intento felón de desprestigiar a quien se jugó su integridad física, cuando otros -nativos- huían como conejos o se parapetaban detrás de algunos coches para observar al héroe y ocultar sus vergüenzas.

Pero supongamos que fuera cierto, que el ecuatoriano fue denunciado en su país por mujeres a las que, supuestamente, maltrató; demos por cierto que el ciudadano Wilson fue condenado en sentencia firme por agresión a alguna mujer que sufrió en sus carnes la medicina que el ecuatoriano evitó en la ciudad de Barcelona. ¡Y qué! ¿Acaso su conducta anterior anula la acción cívica de este ecuatoriano? ¿No entra en la cabeza del encargado de demostrar las debilidades del ecuatoriano, que la gente tiene derecho a rehabilitarse después de haber pagado ante la Justicia y la sociedad por acciones cometidas, por muy denigrantes que éstas hayan sido?

Si Wilson maltrató, presuntamente, a una o varias mujeres en tiempos pasados y, recientemente, ha evitado, con un comportamiento ejemplar, que otro indeseable haya seguido sus pasos, lo sensato y cívico sería poner en valor ante la sociedad su cambio de conducta y sus nuevos comportamientos, antes que la pretensión de anular su gesto heroico, diciéndonos a todos que no nos fiemos de tipos como éste, porque, si un día ha dado un ejemplo de desprecio a su integridad para salvar la de una mujer, debemos saber que en el pasado fue y actuó de otra forma sancionable y despreciable.

Imaginamos lo que estará pensando Wilson en estos momentos y lo arrepentido que tendrá que estar por haberse jugado la vida en defensa de una mujer que estaba a punto de perderla. No es extraño que su arrepentimiento sea antológico y que, a esta hora, se esté lamentando por haber hecho caso de su impulso y de no haber actuado como los que salieron de estampida ante la solicitud de ayuda de una mujer desvalida y agredida.

La consecuencia de este tipo de tratamiento informativo es lamentable. Cualquier ciudadano que se vea impelido en otras ocasiones a imitar la conducta de Wilson en situación parecida o similar, tendrá que valorar las consecuencias de su acción; en unas décimas de segundo deberá pasar revista a toda su vida, acordarse de aquello que un día hizo y que le llenó de cierta vergüenza, aunque nadie consiguió enterarse. Pensar si le importa mucho, poco o nada que se saquen a la luz pública hechos, comportamientos y conductas de su pasado reciente o remoto; es posible que le den un premio si su acción resulta valerosa, pero es seguro que alguien intentará que no se vaya de rositas.

Hasta la fecha nada se ha vuelto a saber sobre la concesión de la mencionada Medalla; si se la concedieran, se estaría reconociendo el gesto realizado por Wilson, independientemente de sus antecedentes, por los que habrá pagado ya o por los que deberá pagar, si fueran ciertos. Si no se le concede dicha mención, se estará juzgando el hecho reseñado y toda la vida del ecuatoriano, cosa que, además de ilegal, es contraproducente para la conducta de las personas y para la emulación que la acción de Wilson debería merecernos, al margen de su historial, que deberán ser juzgados en otro lugar y en otro momento.

jcribarra@oficinaex.es

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