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La deuda incalculable

Cuando se aprueba la autonomía, Andalucía sufría el analfabetismo y la saturación de las escuelas. Desde 1981, el alumnado andaluz ha crecido un 10% y el profesorado un 130%.

el 12 dic 2009 / 18:40 h.

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Una extraña forma de hacer política en la España de las autonomías consiste en cuantificar los logros de una comunidad y compararlos con los fracasos del resto. La escuela andaluza ha sufrido mucho esta vara de medir.

En 1981, cuando se inicia esa carrera de las regiones para ponerse por delante, Andalucía está lejos de la línea de salida. Faltaba materia prima: no había maestros y los que había también tenían que ocuparse de los adultos (el 15% de la población mayor de 16 años era analfabeta). Faltaban colegios y se creaban turnos de mañana y tarde para escolarizar a todos. Las aulas eran de 40 alumnos, no había inmigrantes ni refuerzos ni comedores. En tres décadas, el alumnado ha crecido un 10% y el profesorado un 130%.

Un error de hoy, herencia de aquella época, es creer que los logros y fracasos en educación son cuantificables (más colegios significa más cobertura escolar, pero más ordenadores no conlleva más conocimiento tecnológico). Por último, pensar que los logros y fracasos de la escuela catalana o navarra pueden compararse con los de la andaluza es simplista. Cada sistema privilegia cosas distintas, tiene distintos problemas sociales y a veces defiende distintos valores. La deuda histórica podría invertirse íntegramente en educación y la escuela andaluza seguiría dependiendo de maestros, familias y de la sociedad.

José Antonio Pérez, profesor del I.E.S Hipatia en Mairena (51 años)

«Suplíamos la falta de recursos con voluntarismo» 

“La deuda histórica ha sido más un debate de políticos que de profesores. Hasta mediados los 90 nunca oí hablar de ella”. José Antonio Pérez lleva más de 30 años dando clases. Ha conocido cambios bruscos en las leyes educativas y cambios bruscos de Gobierno, pero en la escuela todo cambia lentamente y a base de empujones hacia adelante de profesores, padres y alumnos. “Los déficit eran más evidentes antes. Había muchísimos centros de adultos, porque el índice de analfabetismo era mayor. La ratio, hasta los 90 que se aprueba la Logse, era de cinco más por aula. Teníamos a 40 ó 43 alumnos por clase en Octavo de EGB. No había colegios para todos y era necesario abrir aulas prefabricadas y desdoblar la misma escuela, para que fueran por la tarde los niños que no cabían por la mañana. No había profesores de apoyo para niños con necesidades especiales, y a estos los segregaban en colegios exclusivos”. A José Antonio no parecen importarle los contrastes entre la inversión en educación de los 80 y la de ahora. No le parece tan significativo, porque “al final todo depende de lo que se haga en el aula”. “La falta de recursos nos hacía agudizar el ingenio y la imaginación, y había más voluntarismo. Recuerdo que en un colegio de las Tres Mil montamos una cooperativa con los padres para comprar material más barato. Ahora también hay voluntarismo, pero falta imaginación. En los 80, salíamos de una dictadura y estábamos más concienciados. Los profesores formaban un movimiento corporativo. No sé si estábamos más politizados o más socializados. Ahora nos puede la rutina, estamos más institucionalizados”, dice. Como ejemplo de esto, ahí está la deuda histórica como gran reivindicación educativa.

Antonio Miguel Martín, profesor del I.E.S. Hipatia en Mairena (27 años)

«La deuda histórica forma parte del temario de ESO»

Antonio Miguel es hijo de profesores. Nació en 1982, cuando se acababa de aprobar la autonomía andaluza. La deuda histórica del Estado con Andalucía se contrajo en aquella época, aunque sus padres no oyeron hablar de ella hasta mucho después. Pero Antonio sabe cómo explicar el término porque “forma parte del temario del último trimestre de 4o de ESO, que es cuando explicamos la Transición y el Estatuto de Autonomía”. Al margen de los libros de texto, la deuda histórica, según dicen los políticos, seguía sin pagarse hasta hace unos días, por ello es un concepto vigente que alude a lo mismo que hace 30 años: los déficit de la escuela. Pero, ¿cuáles son ahora? “Depende de cada profesor. Yo me he gastado de mi bolsillo 400 euros en comprar un retroproyector para mis clases. Voy todos los días con dos bolsas, una con mi proyector y otra con el portátil, con 20 gigas de recursos educativos virtuales. Como aún no sé mi plaza definitiva, siempre los llevo conmigo. No quiero depender de los recursos de la Junta, porque tarda mucho en enviar dinero a los institutos”.Siempre hay carencias, pero ahora parecen menos estructurales que antes. Cuando se le pregunta a Antonio por los mismos déficit que afectaban a la escuela de sus padres, como la falta de profesores o el exceso de alumnos, la queja es la misma, aunque la cantidad de fondo varía: “No es fácil dar clases con 30 ó 32 niños en un aula. Los grupos deberían ser más reducidos para garantizar la calidad docente”. Otras necesidades, sin embargo, las ha traído el progreso tecnológico: “En un aula de hoy día no puede faltar un proyector, un ordenador y pizarras digitales. La enseñanza en la actualidad debe ser por fuerza interactiva entre profesor y alumnos”.

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