Cultura

La diosa y el efecto Poveda

La gran bailaora Manuela Carrasco estrenó anoche en el Teatro de la Maestranza una obra basada en los cuatro elementos que marcan el devenir gitano: el fuego, el aire, el agua y la tierra. Miguel Poveda la ayudó a triunfar.

el 22 sep 2014 / 00:37 h.

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Manuela Carrasco, durante su espectáculo en el Teatro de la Maestranza. / J.M.Paisano Manuela Carrasco, durante su espectáculo en el Teatro de la Maestranza. / J.M.Paisano NATURALEZA GITANA. GITANA MORENA * * * * Escenario: Teatro de la Maestranza. Bailora: Manuela Carrasco. Artistas invitados: Miguel Poveda y Diego Amador. Cante:Enrique el Extremeño, Pepe de Pura, Zamara Carrasco y María Rey. Guitarras:Paco Jarana, Juan Campallo y Paco Iglesias. Cuerpo de baile:Saray de los Reyes, Lole de los Reyes y La Marquesita. Entrada:Lleno.   A estas alturas no vamos a descubrir a Manuela Carrasco, La Diosa, como la llaman sus admiradores desde hace años. En su escuela de baile es indiscutiblemente la primera figura. Otra cosa son sus espectáculos, sobre todo los estrenados en los últimos años, que no acaban de servirle para abrir otra etapa de su carrera para afrontar sus últimos años como bailaora, que ojalá sean muchos. Como hemos dicho en reiteradas ocasiones, Manuela no necesita un espectáculo complejo técnicamente en el que tenga que moverse mucho por el escenario e interpretar. Lo suyo no es el teatro, sino bailar con jondura. No contar historias, sino contarnos la historia del baile gitano como siempre lo ha hecho, desde su propio baile racial y rotundo. Tiene tres bailes que son como tres facas que atraviesan su alma: la soleá, la seguiriya y la bulería. Ha hecho otras cosas, pero en estos tres bailes no ha tenido nunca rival. En su estreno de anoche, Naturaleza Gitana. Gitana morena –llevo días intentando descifrar el misterio de este curioso y redundante título–, Manuela tardó en centrarse porque había demasiadas cosas, salidas y entradas del escenario y un cuadro atrás excesivamente masificado y ruidoso, dicho lo de ruidoso con todo el respeto del mundo. En el baile del taranto, por ejemplo –elegido para representar el primero de los elementos, el fuego–, la bailaora trianera se limitó a poses, bailó poco, a paesar de la enjundia de El Extremeño. Manuela parecía poco motivada, cansada. Se fue y salieron tres rosas morenas a bailar rondeñas para llamar al siguiente elemento, el aire:Saray y Lole de los Reyes, y La Marquesita. Un momento hermoso. Luego salió al escenario el pianista y cantaor Diego Amador y le cantó a Manuela la Canastera de Camarón y unos fandangos. No entendí esta parte de la obra, que se resolvió con una bulería por soleá en la que la artista parecía meterse ya en faena, o sea, en el arte y en la esencia del espectáculo. No es que no valore el arte de Diego Amador, que lo tiene, sino que no lo acabé de ver en la idea del espectáculo. En el siguiente elemento, el agua, Manuela empezó a decir ya estoy aquí y la encontramos más motivada, con más garra y bastante más suelta. Es eléctrica cuando quiere, pero anoche tardó en llegar el chispazo. Llegó al fin cuando desde el camerino escuchó a Miguel Poveda hacer una larga tanda de tangos de muy variada escuela. Y escucharía también cómo lo recibió el público. En bienales anteriores asistimos con Manuela al efecto Chocolate y el efecto Pele. Aquello le salió bien. Con Chocolate, por ejemplo, la bailaora se apuntó uno de los grandes éxitos de su vida, con aquella seguiriya de Manuel Molina que el genio del cante le metió en el alma. Y con El Pele, en la pasada edición del festival sevillano, lo mismo. Fue el momento más emotivo de la Bienal. En cambio, lo de anoche fue otra cosa, otra clase de emoción. Miguel Poveda es un buen cantaor, con una voz bien timbrada y bonita, pero no es El Chocolate ni El Pele. Estaba ahí para provocar otro momentazo Bienal, para aportar la chispa necesaria que encendiera a Manuela. Además, por soleá, que es el palo donde La Diosa desentierra siempre los huesos del esqueleto del baile. Poveda domina el compás de este cante, cuadra bien la voz y técnicamente es perfecto. Sin embargo, carece de profundidad y dejondura y no transmite emoción. Esa que la Carrasco necesita para hacerle un monumento a este baile. La que provoca siempre El Extremeño, que anoche intervino demasiado poco. Pero algo le llegaría del cante del catalán cuando por fin apareció la Manuela enduendada y bailó tres o cuatro letras de Poveda que salvaron el espectáculo. El cantaor la buscaba por el escenario, le daba con el cante en la cara, y la bailaora lograba al fin ese momento Bienal tan deseado por la artista. Y por el público, que solo se enteró de que estaba La Diosa en el escenario cuando vio salir al ídolo del momento. No es que Manuela no tuviara otros momentos hermosos y flamencos, por ejemplo en las alegrías y en la bulería por soleá. Pero había interés en ver qué tal quedaban juntos Manuela Carrasco y Miguel Poveda, que son artistas muy distintos. Para el público, el experimento flamenco salió bien. Para este crítico, regular. Me gusta más Manuela cuando un cantaor le araña el velo del alma o se lo quema, que es cuando baila como si ardiera de verdad y parece como si se quisiera arrancar la ropa. Lo de anoche fue más frío. No solo lo de Poveda, sino todo el espectáculo en general. Es respetable el trabajo y hay que elogiar que se quieran hacer cosas nuevas. Además, era estreno. Lo que pasa es que me gusta Manuela sin demasiados adornos.

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