El nuevo Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero cumple hoy los cien primeros días, marcados por una crisis económica que lo ha inundado todo, ahogando cualquier iniciativa parlamentaria presentada en el arranque de la legislatura. Es obvio que a estas alturas, recetar optimismo como única medicina para superar la situación es, sencillamente, una tontería. Como también lo sería abonarse al tremendismo vaticinando el apocalipsis para las familias españolas. Es necesario en este punto que el Gobierno reconozca la gravedad de una situación que amenaza a todos los países, y que se empiecen a aplicar medidas inteligentes para amortiguar el golpe del pinchazo inmobiliario, el alza de los precios del petróleo y la rebaja sensible de los ingresos por el impuesto de sociedades y el IVA. No ha ayudado nada a aliviar la situación la medida electoralista que anunció Zapatero de abonar 400 euros a todos los trabajadores, uno de los factores que han contribuido a que en la actualidad, las cuentas del Estado hayan entrado en déficit por primera vez en tres años. Y es que la crisis económica y las medidas que se han puesto en marcha para paliarla han acabado en tan solo seis meses con el superávit que tenía acumulado el Estado en sus cuentas, con un déficit de 4.683 millones de euros frente al superávit de 5.218 millones contabilizado en el mismo periodo de 2007. El Gobierno tiene llamar a la crisis por su nombre y recuperarse de la tardía reacción que tuvo al no atisbarla, siendo consciente de que, pese a las dificultades económicas, no se deben producir bajo ningún concepto recortes sociales que perjudiquen a los más debiles, que son sin duda a quienes más va a afectar la desaceleración. La reunión de Zapatero y Rajoy mañana debe servir, además de para desterrar la crispación de los últimos cuatro años, para aunar esfuerzos en un problema que nos afecta a todos.
