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La enésima vida de un corral rehabilitado y con patio 'wi-fi'

Se ha rehabilitado con todos los escrúpulos posibles para respetar su tipología y, tras años de ruina, se llenará de nuevo de vida. El corral de San José, en el 22 de Jimios, prolonga su historia, que nació en el XVIII, abriendo como apartahotel. Su viejo naranjo también resiste. Foto: J. Cuesta

el 15 sep 2009 / 05:00 h.

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Se ha rehabilitado con todos los escrúpulos posibles para respetar su tipología y, tras años de ruina y vacío, se llenará de nuevo de vida. El corral de San José, en el 22 de Jimios, en pleno Centro, prolonga su historia, que nació en el XVIII, abriendo como apartahotel. Su viejo naranjo también resiste.

Quizás los hayamos idealizado porque, en efecto, los corrales de vecinos no fueron un modelo arquitectónico del que presumir -en la mayoría de los casos eran infraviviendas donde dar cobijo a gentes muy, muy humildes-; pero con el correr de las décadas, estas construcciones un tanto destartaladas, surgidas por agregación a veces y por lo tanto irregulares en sus trazas -aun con cierta coherencia en tanto que se formulaban en torno a un patio- se han ganado en bastantes casos el indulto de la piqueta precisamente como ejemplos de un modo de vida popular vigente, por lo general, entre finales del siglo XIX y principios del XX.

Así resulta que, a pesar de tanto urbanismo feroz, en Sevilla resisten con mayor o menor fortuna unos 150 corrales, cifra potente si tenemos en cuenta sus calidades constructivas. De ellos, sólo dos gozan de protección patrimonial: el de la Encarnación, en el 128 de Pagés del Corro, y el de San José, en el 22 de Jimios. Ambos están declarados Lugares de Interés Etnológico porque configuran ejemplos paradigmáticos de este tipo de edificaciones.

Mientras el primero, no sin polémica y desalojos, se llenó de vida hace ya tiempo, el segundo, también con lo mismo, ha esperado lo suyo -no menos de siete años-. Pero ya está listo para proferir aquello del aquí estoy yo de nuevo. En esta ocasión, como corral de lujo, porque el grupo inmobiliario Dexter&Celer ha elegido este inmueble para estrenar su línea de Turismo Singular, una vía más con la que capear la crisis del ladrillo diversificando el riesgo.

Tipismo y confort. En síntesis, el lugar, cuyo origen se remonta al siglo XVIII, ofrecerá, a partir de julio -cuando abrirá sus puertas- los encantos propios de un corral antiguo de vecinos, con su tipismo de muros gruesos encalados y su estructura propia de corral, pero eso sí, con las comodidades exigibles a un apartahotel de cuatro llaves, es decir, de lujo: climatización, aseos no comunales, sino por vivienda, y hasta zona wifi en su centenario patio.

Para su inauguración se apuran las semanas -se ha iniciado su comercialización a través de internet en la web corraldesanjose.com- y está a falta de rematar detalles como la decoración interior de sus nueve apartamentos, a los que añadir los seis del inmueble contiguo, el número 24, que aunque sin el encanto del corral, hará pareja con éste en su destino.

En la enésima juventud del corral de San José ha tenido mucho que ver su propietario, un promotor que prefiere no dar su nombre y cuya empresa ha realizado un trabajo curioso que, sin embargo, ha preferido no explotar. Serán Olga Miquel y Juan Lasheras, los socios de Dexter&Celer y amigos del dueño, quienes lo hagan tras haber alcanzado un acuerdo de arrendamiento con aquél durante los próximos 20 años.

El corral, en evidente estado ruinoso desde hacía años, fue desalojado en 2001, cuando apenas mantenían en él su taller un par de artesanos y residencia alguna inquilina. Desde entonces, su propietario se afanó en rehabilitarlo mientras la Consejería de Cultura estudiaba sus valores por si lo protegía, algo en lo que tuvo mucho que ver la presión de los vecinos, que se oponían a que una de las señas de identidad del Arenal acabara en la escombrera.

Y se protegió en 2003 en atención no sólo a su periplo como corral, sino también a que, antes de serlo, fue hospital del gremio de los carpinteros de ribera, a cuyo patrón debe el nombre, y antes incluso convento. El año pasado concluía su rehabilitación, y en un suspiro estará de nuevo en el circuito de la ciudad, reconvertido en su uso pero fiel a su pasado.

De lo humilde a lo noble: corrales y haciendas de moda Cuenta Luis Montoto en su librito Los corrales de vecinos. Costumbres populares andaluzas, cómo entre los siglos XIX y XX coexistía una galería de residencias de las que hoy apenas nos queda más que el lenguaje, caso del cotarro (donde pasaban la noche los que no tenían donde caerse muertos), la casa de dormir, el corral de vecinos, la casa de vecinos, el partido de casa, la casa y el palacio. Los hoteles eran palabras mayores.

Menos mal que pese a la especulación urbanística, se han logrado algunos ejemplos notables de corrales, y también de haciendas, otras construcciones igualmente populares que, como refiere el profesor de Antropología de la Universidad de Sevilla Juan Agudo Torrico, "se han reconvertido de lo humilde en noble, porque antaño eran simples cortijos más o menos olvidados con el tiempo, hasta que las bodas y la visión empresarial de algunos las han recuperado".

Y lo mismo cabe decir de algunos corrales que, afortunadamente, no sólo se han rehabilitado -con más o menos fortuna-, sino que se han llenado de vida, de gente joven, de familias nuevas que a su vez están alimentando los barrios en que se incardinan.

Es esto mismo lo que echa para atrás a Agudo al conocer el destino del corral de San José, que aunque celebra su nueva vida, no deja de reconocer que su función turística "no es la alternativa, sino una alternativa más, y en su caso, por estar en el Centro histórico y concretamente en el Arenal, lo que interesaría es llenarlo de vida con vecinos que, a su vez, alimentasen el tejido comercial de barrio de siempre, pero no contribuir, como parece que se hará por bienintencionado que sea el proyecto, al abandono paulatino del Centro, que se queda muerto a las ocho de la tarde".

Inventario y defensa. La lectura de Agudo es la de etnólogos y amantes de una arquitectura popular que está llamada a perecer si no se conoce, se divulga y se aprecia. Eso sí, en su justa medida. Y a calibrar el interés de los corrales ha ayudado sobremanera una obrita publicada en 1990 por Jordi Tarrés e Ignacio Benvenuty titulada Corrales de Sevilla. Catálogo fotográfico.

Su estudio es el que detalla la existencia de unos 150 corrales de vecinos, con la advertencia de que, en 1990, algunos estaban en ruina. En su recuento, citan hasta 94 en el casco antiguo, 45 en Triana y una docena en San Bernardo. Algunos, no obstante, son ya historia. Pero ello no le resta importancia y mérito a su trabajo, que fue el de concienciar a la ciudad de que existía un tipo de arquitectura que, como mínimo, merecía un estudio antes de pasarla por la piqueta. "Se trata de concienciar al sevillano de la importancia del corral y de la necesidad de rehabilitar la mayoría para su integración en el tejido histórico de la ciudad", concluían.
Foto: Javier Cuesta

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