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Cofradías

La envidia de los balcones

Testigos de excepción del discurrir de las cofradías por el entorno del Salvador

el 28 mar 2013 / 00:48 h.

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Rafael Molina, Carmen Mejías, Julia Muñoz y Antonia Enamorado. Rafael Molina, Carmen Mejías, Julia Muñoz y Antonia Enamorado. Viven en un lugar estratégico en pleno corazón de Sevilla. A su casa se entra por la calle Sagasta, pero tienen un envidiado balcón que asoma a la Plaza del Salvador y desde el que son testigos del ir y venir de las cofradías, de la marea humana que se concentra unos metros más abajo y, sin necesidad de salir a la calle, se embriagan del ambiente. La orden de San Juan de Dios abre la puerta de su residencia –una magnífica casa sevillana de 1571– para que algunos de sus inquilinos compartan vivencias y recuerdos. “Teniendo la oportunidad de este balcón y viendo cómo se pone de gente la calle Sagasta, Cuna y el Salvador, no se me ocurre salir a la calle”. Para Rafael Molina, 70 años, es su primera Semana Santa en San Juan de Dios. Apenas lleva viviendo aquí dos meses y medio. “Es como si estuviese en mi casa, pero mejor, porque estoy en el corazón de la ciudad y con un balcón fabuloso”. Recuerda cuando salía en la Borriquita de nazareno llevando una palma en lugar de cirio y no estaba todo tan masificado. “No es problema de la ciudad, pero la magia de cuando uno tiene 18 años no es la misma de los 70”. En el caso de Julia Muñoz, 86 años, no tiene ni por qué buscar hueco en el balcón estrella del edificio porque cuenta una habitación con vistas. “Me cojo mi sillón y las veo pasar todas”. Ya ha pasado un año y medio desde que recaló en esta residencia, donde, al igual que todos los demás, asegura que le hacen sentir como en casa. Mejor todavía, apostilla. Su experiencia viviendo con su sobrina no fue fácil. “Pasé del purgatorio a la gloria”, afirma, y se enorgullece de lo bien que se come en el centro. “Cuando llegué pesaba 40 kilos y al año había ganado 10 kilos más”. Y más peso que cogerá estos días en vistas de la dieta que Yolanda, la nutricionista, les ha preparado a los residentes. Como es Semana Santa no faltan el bacalao, las torrijas o el arroz con leche en el menú, cosa que agradecen. Carmen Mejías, 87 años, es la veterana del grupo sumando una estancia de siete años en San Juan de Dios. Orgullosa cuenta que ella interpretó el papel de Virgen María en la representación teatral que, de la Pasión de Jesús, protagonizaban los residentes. “Ya el año pasado no pudo hacerse porque había unas pocas malas”, relata, al tiempo que recuerda que hace ya 13 años que no sale a la calle a ver las cofradías, salvo cuando iba un grupo de la residencia a las sillas “que nos dejaban”. Pero, con la reducción de espacio para la Carrera Oficial, les cambiaron la ubicación de las sillas y se las cedían en Puerta de Palos. “Pero se hacía tarde para la hora en que pasaban por allí algunas cofradías”, precisa Cristina Lucenilla, la asistenta social y una más del centro. Basta observar la manera en la que los abuelos la saludan, le preguntan cualquier cosa o solo cómo la miran. En mayo cumplirá 87 años. Antonia Enamorado lleva escrito su nombre en el andador que la ayuda a caminar, despacio pero con garbo. Entró en San Juan de Dios un 15 de enero de 2010 acompañando a su marido y, tras su fallecimiento, decidió quedarse. Las fotos de su familia –tiene siete hijos– adornan la pared y estanterías de su habitación, a la que gentilmente nos deja pasar minutos antes de que empiece la misa de la una, que se prepara en una estancia contigua a la cafetería y no en la capilla porque, como dice Cristina, “hay que adaptar los espacios a las personas y no al revés”. El marido de Antonia era muy cofrade, de ahí que no hubiera Madrugá que no pasaran en la calle hasta bien entrada la mañana. Ya hace un par de años que las circunstancias no le permiten salir y este año se conforma con ver lo poco que deja la lluvia por el televisor. “Este año no puedo ir al balcón. Antes me ayudaban los hermanos a subir los escalones y me colocaba la primera, pero tengo insuficiencia y me dan ahogos. Me mareo si me llevo mucho tiempo de pie y el balcón es estrecho para poner sillas”, explica. Para el recuerdo queda el primer año en el balcón con su bastón bien agarrado. Pero cuando llegó la Virgen y empezó a aplaudir se le escurrió de entre las manos. “Fue un milagro que no le diera a alguien porque estaba hasta arriba. Qué susto”. Y una reivindicación de Rafael a las iglesias, que pide expresamente que se remarque bien en negrita. “Que pongan rampas para salvar los escalones de los templos para las personas con discapacidad. He querido llevar a Miguel a ver la Virgen del Valle, de la que soy muy devoto, y no pudo ser. Yo solo no puedo levantar la silla de ruedas”. En negrita queda subrayado, Rafael.

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