Una nube. Ésa fue la responsable de que el sueño de los hermanos del Dulce Nombre acabara truncándose a causa de la lluvia. Con el paso de misterio perdiéndose por la calle Conde de Barajas, un fuerte aguacero que se prolongó a lo largo de más de diez minutos, hizo que el presidente del comisionado, Manuel Toledo, tomara la determinación de que la cofradía retornara a la parroquia de San Lorenzo, poniendo fin a una breve estación de penitencia.
Fue una tarde de incertidumbre. Durante todo el día, la hermandad manejaba distintos partes meteorológicos que incluso se contradecían entre sí. Un hecho que dificultaba cualquier toma de decisión. Unos minutos antes de la hora oficial de salida -las 20.00 horas- hizo acto de presencia en el templo el obispo auxiliar acompañado por el delegado diocesano de hermandades, Manuel Soria. Nada más llegar, ambos se reunieron con el párroco de San Lorenzo y Manuel Toledo para analizar las últimas informaciones y tomar entre todos una decisión de consenso. En ellos estaba puesta la esperanza de no dar por perdido un Martes Santo que pintaba muy mal.
Tras varios encuentros, el silencio tomaba el interior de la parroquia de San Lorenzo, con un cuerpo de nazarenos ávido de conocer qué iba a ocurrir. Una incertidumbre que aumentaba a cada instante por las informaciones tan contradictorias que iban llegando. A pesar de ello, Manuel Toledo comunicaba a los hermanos la intención de realizar la estación de penitencia, siempre y cuando se mantuvieran los partes meteorológicos que manejaban. Todo estaba preparado para salir pero un cambio repentino en los modelos provocaba una nueva reunión del consejo de sabios.
Había riesgo, incluso se barajó la opción de cambiar el itinerario y buscar la Campana por el camino más corto, es decir, por Conde Barajas y Trajano -así fue en la salida de 2003- aunque el Cecop recomendó no variar los planes por motivos de seguridad. Aún así, minutos antes de las nueve de la noche las puertas de San Lorenzo daban paso a los nazarenos del paso de misterio que, con bastante celeridad -según las indicaciones del comisionado- abrían una puerta a la esperanza de este frustrado Martes Santo.
Monseñor Gómez Sierra tocaba el martillo del paso de Jesús ante Anás, que en pocos minutos se encontró con los sevillanos que abarrotaban San Lorenzo. La alegría duró poco. Lo justo para que lo que eran "cuatro gotas" acabaran por convertirse en un auténtico diluvio que empapó al misterio. Tocaba regresar entre aplausos y lágrimas de agua que recorrían el rostro del Señor. Era el final del sueño de los hermanos del Dulce Nombre a los que la lluvia se empeñó en despertar.