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La Exposición Internacional de Zaragoza

Zaragoza ha planteado una exposición cuya principal virtud, además de su escala, es su integración urbana, el diálogo con el Ebro como río vivo. El próximo sábado se inaugura la Exposición Internacional de Zaragoza dedicada al Agua. Sevilla y Zaragoza,...

el 15 sep 2009 / 06:05 h.

Zaragoza ha planteado una exposición cuya principal virtud, además de su escala, es su integración urbana, el diálogo con el Ebro como río vivo. El próximo sábado se inaugura la Exposición Internacional de Zaragoza dedicada al Agua. Sevilla y Zaragoza, ciudades fluviales de escala similar y cargadas de historia, capitales de sus respectivas comunidades autónomas, se unen por la experiencia de preparar un gran evento de gran trascendencia para su desarrollo urbano. Y ambas, con sendos precedentes en la Exposición Hispano-Francesa de 1908 y la Exposición Iberoamericana de 1929.

Zaragoza abre su nueva Exposición un siglo después de la que conmemoró el centenario de los Sitios, hito de la Guerra de la Independencia, con el pacífico propósito de la buena vecindad. Aunque la Iberoamericana tardase veinte años en celebrarse, ambas exposiciones se plantearon en la primera década del siglo XX con la esperanza de una normalización internacional, aún muy vivo el recuerdo de la Guerra de Cuba.

Es ahora cuando vivimos en pleno equilibrio histórico, y las exposiciones de 1992 y 2008 lo revelan en ciudades españolas del segundo escalón demográfico; protagonistas en un siglo de este escenario de los grandes eventos cuya misión es dual, representar a la Nación en estrategias globales mediante vectores excepcionales simbólicos y materiales que permiten cumplir esenciales objetivos locales de transformación urbanística.

También lo es que en dieciséis años la alta velocidad española haya cubierto una nueva etapa hacia su completa implantación, teniendo Madrid y Barcelona conectadas con Sevilla y Zaragoza, de manera que las Exposiciones resultan ser factores básicos del proceso de reequilibrio territorial de España.

Uno de los paradigmas de las grandes exposiciones es su arquitectura, luz y sombra de un proceso cultural. El tiempo transcurrido y su diferente tamaño y características se pueden apreciar en lo que Zaragoza ofrece a sus visitantes. Con honores de portada, en el suplemento Babelia de El País del pasado sábado, el reconocido crítico inglés William Curtis hace una primera aproximación a las características arquitectónicas del certamen que ahora se inaugura. En las oportunidades que he tenido de visitar la Expo de Zaragoza durante su construcción, y por los proyectos publicados, coincido con él en destacar como obras valiosas: el Pabellón de España de Patxi Mangado, el Palacio de Congresos de Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano y la Torre del Agua de Enrique de Teresa. Obras excelentes, afortunadamente destinadas a permanecer, como también lo será el insólito puente-pabellón diseñado por la controvertida arquitecta anglo-iraní Zaha Hadid.

A vueltas con la postexposición, Curtis incluía una breve referencia a Sevilla: "la Isla de la Cartuja tiene un aire de feria abandonada convertida en un parque tecnológico pero sin residencias ni vitalidad urbana". Aprendida la lección, Zaragoza ha planteado una exposición cuya principal virtud, además de su escala, es su integración urbana, el diálogo con el Ebro como río vivo, que en ambas orillas riega los parques del Agua y de la Agricultura.

Catedrático de Arquitectura de la Hispalense vpe@us.es

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