La Plaza Nueva y la Plaza de San Francisco acogen desde ayer y hasta el domingo 24 de mayo la celebración de una nueva edición de la Feria del Libro de Sevilla, un evento cuyo papel crece año a año tanto en su vertiente profesional como en la relativa a su ligazón con los sevillanos. Sobre el primer punto, sólo cabe recordar su posicionamiento en el mercado de acontecimientos librescos del país: se sitúa en cifras de visitas y de ventas sólo por detrás de la Feria del Libro de Madrid y de la celebración, en Barcelona, del día de Sant Jordi. Una posición de privilegio que cobra aún más valor si se recuerda que su relanzamiento se remonta a 2003, fecha en la que arranca una fase de crecimiento respaldada por el apoyo del público.
Ahora, según sus responsables, la feria sevillana se propone dos objetivos inmediatos: su consolidación como punto de encuentro de los profesionales del sector y la internacionalización del evento. Ambas aspiraciones están ligadas entre sí, pues comparten la intención de posicionar la Pero en cualquier caso, esta política no implica la desatención de otro de los factores que han ayudado a la consolidación de la Feria del Libro en la ciudad: la oferta destinada a quien visita las plazas y edificios institucionales en los que se desarrolla este evento.
Todo lo contrario: hay más expositores, más actividades y más espacio para el disfrute de un acontecimiento que los sevillanos han hecho suyo, incorporándolo con derecho propio en la oferta de acontecimientos culturales de la primavera. El año pasado se registraron 33.000 visitas y se incrementó el número de ventas en un 40% con respecto a la edición anterior de la feria. Este año es previsible que la crisis se deje notar en los balances de los participantes y que se estanquen los ingresos, pero sí que se puede crecer en el número de visitas a una feria que sitúa el nombre de Sevilla en un mercado tan estratégico para cualquier sociedad como es el de la cultura.
